La primera vez que lo vi estaba en el lugar equivocado, el momento
equivocado y con la mujer equivocada.
Me encontraba frente al espejo del tocador, con una foto
suya en la que abrazaba a otro hombre.
Cuando pregunté por él, ella rió y me dijo que era su
hermano.
Yo sabía que mentía, había ropa de hombre por todo el piso,
y fotos de aquel tipo por todo el dormitorio.
Pero no me importó, dejé la foto en su sitio y fue entonces
cuando lo vi.
En el espejo, mirándome con aquella media sonrisa, con
aquellos ojos claros y aquella barba de varios días.
Mi monstruo.
Fue solo durante unos segundos, pero supe que no me lo había
imaginado, aunque decidí no darle más importancia, tenía otros asuntos más
urgentes que atender.
Si le hubiese prestado atención, si hubiese comprendido que
apareció para advertirme, para darme la oportunidad de hacer lo correcto, tal
vez me hubiese podido salir de allí por mi propio pie.
En lugar de eso decidí ignorarlo.
Por eso andaba muy ocupado cuando aquel coche aparcó en la
entrada, cuando la puerta de la casa se abrió, o cuando el supuesto hermano,
loco de rabia, entró en aquella habitación.
Dos costillas rotas, el labio partido, varios moratones y un
esguince de alma bastaron para no volver hacer caso omiso a aquel monstruo que
vivía dentro de mí.
Lo primero que aprendí de él, fue que solo podía verlo en
los espejos.
Normalmente aparecía en momentos en los que necesitaba
consejo moral.
Nunca decía nada.
Nunca tomaba partido.
Simplemente me miraba con aquellos ojos claros.
Advirtiéndome de las posibles consecuencias de mis actos.
No siempre le hice caso.
Y me arrepiento de cada una de esas veces.
Con el tiempo, me di cuenta de que no era el único que
llevaba un monstruo dentro de sí.
Muchos acarreaban monstruos en su interior, pero había que
saber donde mirar para encontrarlos.
Unas ojeras, unas uñas mal pintadas, una camisa mal
planchada, unas medias rotas…
Las señales estaban ahí, solo había que saber verlas.
Pasó el tiempo y fui cogiéndole cariño a mi monstruo.
Sabía que quería lo mejor de mí, y creo que lo consiguió.
Me hizo volver al camino cada una de las veces que perdí el
norte.
Tuvo conmigo la paciencia que no me merecía.
Me tumbó cuando fue necesario.
Me ayudó a levantarme siempre que lo necesité.
No hubiese llegado a donde hoy estoy sin el pequeño monstruo
de mi interior.
Por eso hoy dejo escrito esto en un espejo, con la esperanza
de que me entienda y me perdone por expulsarlo, pues, ahora que ella está en mi
vida, necesitaré más espacio en el espejo.
Peraltucho