domingo, 28 de junio de 2009

El perdedor

(Basado en el poema del mismo nombre de Charles Bukowski)

La cabeza me daba vueltas. Los incesantes golpes y voces que propinaba mi casero no ayudan para nada. Me levante de la cama. Había botellas vacías por todo el suelo de la habitación. Corrí el pestillo y abrí la puerta. El casero se coló rápidamente en mi habitación. No hacía más que pegarme voces.

-¿Cuándo cojones piensas pagarme la habitación? Llevas ya 3 semanas de retraso.

-Todavía estoy buscando trabajo, no es tan fácil encontrarlo como pensaba.

-¡Mira a tu alrededor borracho, con lo que te has gastado en alcohol podías haberme pagado la mitad de lo que me debes!

Cogí mi chaqueta sin apenas mirar al casero y me dispuse a salir.

-¿Dónde crees que vas gilipoyas?

.Voy a buscarme otra pensión, una en la que me dejen dormir las mañanas de resaca, puedes quedarte con lo que encuentres en mi habitación.

-¡Aquí solo hay mierda!

-Lo sé.

Salí a la calle en busca de un trago que me ayudase a olvidar el incidente con mi casero. Me dirigí a un tugurio en las afueras. El camarero me conocía y si lo pillaba de buen humor puede que incluso me fiara lo que bebiese. De camino paré en una pensión. Convencí a la dueña de que me dejase estar una semana sin pagar mientras buscaba trabajo. Cuando llegue al bar el camarero no pudo evitar ocultar una sonrisa de comadreja.

-Me alegro de verte, ¿qué quieres beber? Invita la casa.

-Un whisky doble.

Me lo sirvió al momento. Disfrute del whisky mientras el camarero seguía sonriendo y observaba como bebía.

-La verdad es que necesitaba a alguien como tú. Necesito un boxeador para esta noche. Lo único que tienes que hacer es caerte en el tercer asalto.

Lo mire seriamente. Le pegue otro trago al whisky. Ya no sabía igual de bien que el primer sorbo.

-Por supuesto te pagaré.

-Guárdate el dinero. Me invitarás a todo lo que beba hasta la hora de la pelea.

-Trato hecho. Pero recuerda que tienes q caer en el tercer asalto.

-¿Quién va a tener el gusto de macharme?

-Yo.

Seguí bebiendo toda la tarde. Cuando anocheció el camarero me llevo hasta la trastienda. Me dio unos pantalones cortos y vendas para liarme los puños. Los combates se hacían en el callejón de detrás del bar. No se usaban guantes. Se peleaba hasta que uno de los dos terminaba en el suelo sin poder levantarse. Todo el mundo sabía que los combates se amañaban, pero eso no impedía que los borrachos que buscaban evadirse de la realidad disfrutaran de dos tipos partiéndose la cara. Me desnudé, doblé mi ropa con cuidado, vendé mis manos y esperé en silencio a que el camarero me diese la señal para salir al callejón a pelear.

Cuando escuché la señal salí al callejón. Esa noche había mucha más gente de lo normal. La mayoría me abucheaba. Algunos incluso me escupieron. Me daba igual. Me puse frente a frente con mi adversario. Nos miramos fijamente. La gente gritaba a nuestro alrededor. Estaban borrachos y sedientos de sangre. Sin previo aviso el camarero me lanzo un directo a la mandíbula. A partir de ahí solo recuerdo recibir puñetazos. Los recibía por todas partes. Tampoco intentaba esquivarlos. Sabía que el dolor no iba a durar mucho. Así que allí estaba, parado con los puños levantados, y recibiendo puñetazos de mi adversario a diestro y siniestro.

En uno de esos ganchos caí. Mi cabeza impactó contra el suelo. A duras penas me levanté. Miraba en el suelo la mancha de sangre que había dejado. La notaba resbalar por mi cuello manchando mi única camiseta de rojo. Escupí sangre a un lado. Levante la cabeza y miré fijamente a mi oponente.

-¿Qué coño pasa?, no deberías haberte levantado, ¿intentas joderme?

Siguió despotricando contra mí. Hasta que de buenas a primeras cerró la boca. Vio en mi mirada que algo había cambiado, y yo pude ver en la suya miedo. Sonreí.

-Oye, teníamos un trato….

No lo dejé hablar más. Empecé a golpearle la cara. El pobre intentaba defenderse pero era inútil. A cada golpe que daba me sentía mejor, me sentía más fuerte. Tenía una razón para cada puñetazo. Esté porque la vida me ha tratado como una mierda. Esté por vivir en un país de mierda. Este por mi casero de mierda. Este por ser un borracho de mierda. Seguí golpeando hasta que ya no me quedaba ninguna razón. Y después seguí golpeando un poco más.

Cuando por fin paré me di cuenta de que el público había ensordecido. Todos me miraban fijamente con la boca abierta. Miré a mi oponente. No se movía. Su rostro apenas se distinguía. Era una masa deforme. Me dirigí a la trastienda. Los mismos que antes me abucheaban y escupían ahora se apartaban de mi camino. Cogí mi ropa doblada y desaparecí de allí. Mientras me alejaba podía escuchar las voces pidiendo una ambulancia.

El viaje hasta mi pensión se me antojó larguísimo. La gente al verme cubierto de sangre y apestando alcohol se apartaba de mi camino. Llegué a mi habitación. Me senté en una silla y me quité lentamente las vendas ensangrentadas de mis manos. Las tiré al suelo. Cogí papel y bolígrafo y escribí mi primer poema. Desde aquel día no he parado de luchar.

Peraltucho.

miércoles, 17 de junio de 2009

Salitre 48

Con la conciencia tranquila, con la rabia precisa, voy robando poesía para hablar a todos los amantes de lo ajeno. Voy buscando alguien que me de permiso para aterrizar si me canso de vivir en las alturas, que me de ternura, que me de velocidad cuando me quede a oscuras. Buscaré a quien conmigo quiera tratar de acariciar la luna, quien quiera viajar lo lejos que soñé, quien quiera volar sobre nubes sucias, alguien que me arranque de cuajo la pena, ya que de alguna manera tendré que olvidarte cuando a mi me memoria llegue el recuerdo de la estructura de tus labios incorrectos. Solo quiero que me lleven al puerto de náufragos y a los muelles donde no escuchan tus preguntas, pasar tardes de perros y noches canallas con la esperanza puesta en el escote de otra camarera. Me gustaría ser como aquel soñador que baja por la escalera de incendios a la hora en que las calles están llenas de bandidos. Pero al final recuerdo que no hay nadie que me impida hacer sonar mi armónica perdido en la autopista en mis horas melancólicas,  y todo lo demás .. bueno, todo lo demás no importa...

Peraltucho

lunes, 8 de junio de 2009

Heaven's Doors

Andaba tan rápido como podía, como si intentase dejar atrás todo lo ocurrido. Por mis mejillas bajaban lágrimas, en parte de rabia por lo ocurrido, en parte por el frio viento que golpeaba mi cara. No recuerdo exactamente porque empezó todo, sólo sé que discutimos, que nos gritamos, y que harto de aquello cogí mi cazadora y salí dando un portazo del piso. Me arrepentía profundamente de lo que había dicho, sabía que no tenía que haberle gritado. Podía parar de caminar, darme la vuelta y volver al piso, decirle que lo sentía, que la quería, que no volvería a pasar… pero lo cierto es que a cada metro que me alejaba sentía que mi culpa desparecía, que a cada paso que daba me encontraba un paso más lejos de mis problemas.

Volvió a sonar el móvil. Era la enésima vez que sonaba desde que había salido del piso. En un ataque de ira saqué el móvil del bolsillo y lo estrelle contra una pared. Cuando lo vi destrozado en el suelo me di cuenta de la estupidez que acaba de cometer. Seguí andando.

Era de noche. No sabía qué hora era. No suelo llevar reloj. Solía mirar la hora en el móvil. Buscaba un bar donde poder emborracharme hasta olvidar todo lo pasado. Recuerdo andar durante lo que a mí me parecieron horas. La ciudad no está hecha para olvidar problemas un martes por la noche.

A punto ya de darme por vencido vislumbré un cartel de luces de neón en el que se podía leer “Heaven’s Doors”. Me acerque con la intención de entrar. Al llegar al cartel me di cuenta de que para entrar había que bajar por unas escaleras que apestaban a orín desde lo alto. Sonreí al imaginarme al genio que había llamado “Las puertas del cielo” a un antro al que para entrar había que descender a lo que parecía las catatumbas del infierno. En vano mire a ambas partes de la calle con la esperanza de encontrar algún otro local abierto. Volví a mirar las sucias escaleras, y conteniendo el aliento me adentre en el Heaven’s Doors.

Empuje lentamente la puerta del bar, temiendo lo que había detrás. Sonaba música de jazz. Había poca luz. La barra quedaba a la derecha. A la izquierda había 3 mesas. Esperaba encontrarme el local vacio, pero sorprendentemente había más gente de la que me esperaba. Asustaba tal contraste con la ciudad fantasmal que acababa de dejar atrás. Me dirigí a la barra. El barman era un hombre realmente gordo, con una camiseta de tirantas blanca llena de lamparones, y una barba de 3 o 4 días. Le pedí una cerveza. Me miró fijamente, como si me despreciara, luego sin decir palabra se giró. Sacó un botellín de una nevera. La abrió. Limpió la boquilla con el extremo de su asquerosa camiseta. La puso en la barra dando un golpe y se quedó mirándome. Bebí la mitad de la cerveza en el primer sorbo. Necesitaba emborracharme. Necesitaba olvidar.

El gordo seguía mirándome, luchando por respirar. Parecía que le costase el hecho de tomar aire.
-¿A quién se le ocurrió el nombre del bar?
-A mí.
-¿Por qué se lo pusiste?
-Cuando salgas lo sabrás.
Terminé la cerveza en el segundo sorbo. Señalé al gordo el botellín vacio y fue a servirme otro.

En la barra había otros cinco tipos aparte de mí. Todos sobrepasaban los 40 años. Todos parecían unos borrachos. Ninguno hablaba solo miraban su copa y bebían en silencio. Observé las mesas. En una había un grupo de guiris. Parecía que estuvieran pasando la mejor noche de su vida. Gritaban, reían y bebían como si la vida se les fuese en ello. En otra había dos parejas de estudiantes. Parecían sacados de contexto. Cómo si hubiesen entrando en aquel bar esperando vivir una gran aventura. No se habían percatado de que aquel bar era para la gente a la que no le quedaba nada por vivir.

Sin embargo fue la tercera mesa la que resulto ser más interesante. En ella se sentaba una muchacha sola. Me sorprendió no haberme dado cuenta de su presencia nada más entrar. Tendría unos veintipocos años. Era morena. Con el pelo largo. Desprendía belleza y tristeza a partes iguales. Me miraba fijamente mientras fumaba un cigarrillo. Oí como el gordo dejaba con brusquedad el botellín de cerveza en la barra. Lo cogí sin ni siquiera mirarlo. No podía apartar la mirada de la morena. Tendríais que haberla visto por vosotros mismos porque todo lo que yo diga aquí no serían más que vacuas palabras. Ella se fumó el cigarro entero y yo me bebí mi cerveza entera mientras nos mirábamos desde nuestros respectivos sitios. Pedí otra cerveza y me levante decidido hacia su mesa.
-¿Puedo sentarme?
-Creí que nunca vendrías.
-Me gusta hacerme de rogar.
Sacó otro cigarro. Yo saqué mi mechero y le ofrecí fuego.
-Toma coge otro para ti.
-No gracias, no fumo.
-¿Por qué alguien q no fuma lleva un mechero?
-Lo uso para abrir las cervezas, y me sirve para quedar bien con la gente que sí fuma.
Le dio una calada mientras yo bebía de mi cerveza. Me fije en sus labios, los tenía pintados de un rojo carmesí que en contraste con su pálida piel harían enloquecer a cualquiera.
-¿Cómo te llamas?
Me miró fijamente, como si no entendiese la pregunta. Dio un par de caladas más a su cigarro y contestó:
-Esta noche no habrá nombres.
-¿No te fías de mi?
-No es por eso.
-¿Entonces?
-Míranos, nos encontramos en el bar más asqueroso de toda la ciudad un martes por la noche. Una vez que cruzamos la puerta de este antro nos convertimos en la escoria de la sociedad. En el momento que nos digamos los nombres ya no seremos desconocidos y no podremos hablarnos con la franqueza con la que hablan dos personas que saben que no van a volverse a ver en la vida. De haber querido hablar con alguien con nombre habrías ido a casa de un amigo, de alguien querido, pero esta noche venimos escondiéndonos de esa gente, venimos a ahogar penas, venimos a ser desconocidos.
Me quede pensando en lo que había dicho. Me quede pensando en lo triste y cierto que era lo que acaba de decirme. Y al no saber qué contestar simplemente me quede bebiendo en silencio hasta que ella habló:
-¿Qué piensas de la gente que dice que hay que arriesgarse en esta vida, de los que dicen que el no ya lo tienes?
La pregunta me dejo un poco descolocado, no me esperaba una pregunta de ese estilo. Y en otra situación quizás habría contestado otra cosa, habría suavizado mis palabras, pero como ella había dicho, éramos dos desconocidos siendo brutalmente honestos el uno con el otro, así que conteste lo que realmente pensaba.
-Creo que es gente que nunca ha sido rechazada o gente que sí lo ha sido pero quieren mostrar que no les importo, cuando en el fondo saben que es mentira. En el momento que te rechazan por primera vez te das cuenta de la gilipollez que es decir “el no ya lo tienes”. Hay mucho que perder. Si te dicen que no, la relación que mantenías con esa persona se ve totalmente alterada, evitas a esa persona por la vergüenza que supone abrir tu corazón a alguien esperando ser correspondido y ser rechazado. Además también se pierde confianza en uno mismo. Pasas unos días cabreado con la gente que tienes más cerca y que de verdad te quieren por sentirte una mierda y creer que no puedes conseguir lo que quieres.
Nos quedamos mirándonos otro largo rato sin decir nada. Pedimos otra ronda. Ella no paraba de fumar. Seguimos así durante horas, intercalando conversaciones con ratos de miradas silenciosas. Me encantaba como hablaba, no tenía miedo a decir lo que pensaba sin tapujos, sin miramientos.

De nuestra conversación pude deducir que a pesar de ser tan bella había sufrido muchísimo por culpa del amor. Estaba cabreada con el mundo y sus ojos me decían que su tristeza no era transitoria, que no había venido a este tugurio para olvidar las penas de un día. Mientras yo pensaba esto ella seguía hablando:
-¿No estás prestando atención a lo que te estoy contando verdad?
-Lo siento, a veces me pierdo en mis pensamientos.
-Nos parecemos más de lo que crees. Es una pena que nos hayamos tenido que conocer hoy. De habernos conocido en otro momento, en otro lugar, las cosas habrían sido totalmente diferentes entre nosotros.
-De habernos conocido en otro momento o en otro lugar, no habríamos tenido las agallas de tener una conversación tan sincera y profunda como está.
Sonrió tristemente. Se levantó. Dijo que iba al baño, que enseguida volvía. La mire mientras se levantaba. Iba moviendo el culo mientras se dirigía firmemente al servicio. Sabía que la estaba mirando. En ese momento me percate de que ya no quedaba nadie en el bar. Me preguntaba qué hora podía ser. Me maldije por ser tan estúpido y haber destrozado mi móvil. Me levante. Me maree un poco. Estaba borracho, había cumplido el objetivo que me había marcado cuando salí cabreado del piso. Aquello parecía tan lejano.

Vi el paquete de cigarros de la morena en la mesa. Cogí un cigarro y me lo puse en la oreja. Dejé el paquete donde estaba. Me dirigí a la barra, pague al barman todo lo que habíamos bebido. Le pedí un bolígrafo. A regañadientes me dio uno roñoso que llevaba colgado en un bolsillo de la camiseta. Cogí una servilleta y escribí: “Sin nombres, sin despedidas”. Lo doble por la mitad y lo dejé en lo alto de la barra. Le dije al gordo que se lo diera a la morena cuando saliese del baño y me encamine a la puerta. Mientras salía del bar oí como la puerta del servicio se abría. Me quede un segundo parado. En este momento muchos diréis: a la mierda, gírate, dile tu nombre, dile que ha sido la mejor noche de tu vida, dile que no habías conectado con alguien así en tu vida, se brutalmente honesto con ella. Pero lo que hice fue que seguí adelante. Que no volví a saber más de ella. Que nunca averigüé su nombre. Y no podréis decirme nada, porque si habéis llegado a leer hasta aquí es porque vosotros, en algún momento de vuestra vida, también habéis sido cobardes por amor.

Salí del bar. Me paré ante las escaleras. Cogí el cigarro de mi oreja. Lo encendí. Le di una calada profunda. Expulse el humo lentamente, sin prisas. En ese momento amanecía. Los primeros rayos del sol se filtraban entre el humo de mi cigarro mientras yo subía las escaleras. Parecía que estuviese subiendo a las mismísimas puertas del cielo.

Peraltucho

miércoles, 3 de junio de 2009

Hay veces...

Hay veces que el sin sentido del día a día, el vaivén de las mañanas y las noches acaba con mi paciencia. Hay veces en los que solo me apetece abrir bruscamente una ventana y gritar con todas mis fuerzas en lugar de sentarme y observar a través de sus traslúcidos cristales que el mundo avanza implacable sin percatarse de mi presencia. Hay veces que camino por la fría urbe escuchando música y me entran unas inexplicables ganas de salir corriendo, dejar todo atrás, de dejarme llevar por la música, de terminar en cualquier rincón exhausto. Hay veces que la conversación con cualquier borracho me aporta mucho más que cualquier charla de los "eminentes" profesores de la universidad, la supuesta élite del conocimiento. Hay veces que un trago en silencio con un amigo me reconforta más que cualquier otra cosa. Hay veces en las que busco consuelo en labios de desconocidas. Hay veces que sé que soy único. Hay veces que me gustaría ser del montón. Hay veces en las que me gustaría poder escribir claramente todos mis pensamientos en papel. Hay veces que me asusta leerlos. Hay veces que hago mal a sabiendas. Hay veces en las que miento. Hay veces que debería mentir. Hay veces que pienso que los días siguientes seguirán siendo terribles y grises. Hay veces que pienso que los días que están por venir abrirán ventanas a la esperanza. Hay veces que simplemente escribo por escribir.

Peraltucho