viernes, 27 de noviembre de 2009

Envidia cochina

Parece ser que el amor está en el aire. Parece ser que todo el mundo tiene pareja. Soy el único desgraciado que no tiene con quien despertarse por la mañana. Aquellos que juraban que nada les ataría, ahora están locamente enamorados. Cuesta encontrar algún plan que no sea en parejas. Ya renegué de poder quedar con ellos de copas sin que estuvieran sus novias presentes. Todo el mundo insiste en recordarme que ya me pasará a mi, que ya encontraré a alguien por quién no quiera quedar con ellos. Pero la triste realidad es que nunca he tenido una relación seria, nunca he estado enamorado, y ahora no puedo evitar sentirme sólo como siempre, sólo como nunca.

Soy de los que piensan que la gente enamorada no tiene cosas interesantes que contar, están muy ocupada viviéndolas. No creo que, de momento, Cupido haya siquiera afilado las puntas de las flechas con mi nombre. Así que mientras tanto seguiré aquí, bajando al “Heaven’s doors” para ahogar penas. Dejando que me partan por enésima vez la cara. Chocando como una mosca contra el mismo cristal una y otra vez. Escribiendo autorretratos en las servilletas del pub al que ella nunca acudió. Guardándome mis mejores relatos sólo para mi. Escribiendo poesía por las noches en los muros que hay de camino a mi casa. Anhelando el día en que no tenga nada que contar.


Peraltucho

viernes, 13 de noviembre de 2009

Un pobre diablo

Las puertas del “Heaven’s Doors” se abrieron de par en par. Tras ellas apareció un joven alto y delgado. Con el pelo largo y aspecto desaliñado. Rondaría los veintipocos años. Tras él se podía escuchar la lluvia caer torrencialmente.

Empapado se acercó a la barra y pidió una cerveza. El camarero se la sirvió dando un fuerte golpe en la barra. El chaval se la bebió de un solo trago y pidió otra.
- ¿Una mala noche?
El chaval se giró a sorprendido a su izquierda. Le hablaba un viejo sentado dos banquetas más lejos de él. Vestía traje y sombrero mientras sostenía un vaso de whisky. Le pareció extraño no haberlo visto al entrar. El viejo se levantó y se sentó en el taburete contiguo al suyo.
- Deja que te invite a una bebida de verdad.
- Lo siento, pero no acepto regalos de desconocidos.
- Pues entonces deja que me presente, soy el Diablo.
El joven no pudo evitar soltar una carcajada.
- No me jodas, me ha tocado aguantar al loco del lugar.
- Jeje, es lo que tiene ser sincero. A menudo a los que dicen la verdad se los toma por locos.
- Demuéstrame pues que eres quien dices ser.
- Está bien, estás aquí para olvidar a una mujer.
- Eso no tiene mérito, casi todos los que entran aquí lo hacen para olvidar a una mujer.
- Cierto, pero lo tuyo es diferente. Los que vienen aquí beben para olvidar a mujeres con las que han disfrutado, con las que se han divertido, pero tu vienes aquí para olvidar a una mujer a la que has amado.
El chaval se quedo pensativo mirando la mugrienta barra. Se giró hacia el viejo y dijo:
- Esta bien señor Diablo, invíteme a una bebida de verdad.
- ¡Ese es el espíritu! – dijo mientras alzaba la mano para pedir un par de whiskys – Cuéntame como te destrozaron el corazón.

El muchacho empezó a contarle como conoció a su media naranja, las cosas que les gustaba hacer, los viajes que hicieron, las largas conversaciones en la cama, los altibajos que habían pasado, y como finalmente, esa misma noche, ella le dijo que en realidad no lo amaba.
- ¡Menuda injusticia! Tú la amabas de verdad, le abriste tu corazón, le diste todo lo que tenias y ella simplemente te dice “Ya no te amo”.
- Hay quien dice que es mejor haber amado y haber perdido, que nunca haber amado… No creo que al que dijese eso le hubiesen partido el corazón. Yo prefería no haber amado nunca…
El joven apuró el whisky de un sorbo. Y el viejo pidió otros dos vasos. Esperó a que el barman los sirviese y se marchase y entonces se acercó al muchacho y le dijo:
- Bueno, puede que haya una solución para tu problema…
- ¿Cuál?
- Me parece que olvidas con quién estás hablando. Yo soy el Diablo. Llevo muchos años en este mundo y sé cómo hacer que olvides todo lo pasado. Tendrías una nueva oportunidad. Todo tu dolor podría desaparecer al instante.
- Y a cambio querrías mi alma o algo de eso, ¿no?
- Jajaja, has visto muchas películas chaval, no soy tan malo como me pintan. A veces simplemente me gusta bajar a los peores antros del mundo y poder ayudar a quién más lo necesita, simplemente por el gusto de poder cambiar el mundo, para poder hacer la tierra un lugar en el que yo me sienta más agusto, para poder mirar a Dios a los ojos y decirle, “¿Ves? Esto lo ha hecho mi mano, y no tu gran poder divino”.
- Mmmm, ¿entonces no habrá consecuencias?
- Siempre hay consecuencias, pero lo que no habrá serán engaños. Lo que tu pidas lo tendrás. Es así de fácil.

El muchacho dudó un segundo, bebió whisky para tomar fuerzas y mirando a los ojos al Diablo le dijo:
- Quisiera no haber amado nunca.
- Que así sea.

En ese momento pasaron todos sus amores por delante de sus ojos. Todos el amor que había dado y recibido fue desapareciendo poco a poco de su mente. Olvidó los nombres, olvidó los olores, olvidó los momentos pasados, olvidó las cartas escritas, lo olvidó todo, y en sus ojos solamente quedó el vació infinito que sólo se puede apreciar en aquellas personas que no saben lo que es el amor.

El muchacho miró asustado y confundido al viejo.
- ¿Qué me has hecho?
El Diablo terminó el whisky. Le sonrió. Y acercándose a su oído le susurró.
- Ahora eres como yo, un pobre diablo.

Peraltucho

martes, 3 de noviembre de 2009

Érase una vez...

Érase una vez, un reino donde las princesas no vestían caros vestidos de seda importados desde exóticos lugares. Un reino en el que cualquiera que tuviera un vehículo se creía un príncipe. Un reino donde los verdaderos héroes no llevaban relucientes armaduras.

En este reino las multitudes se congregaban en grandes salas de fiestas, donde unos guardas se encargaban de no dejar pasar a cualquier indeseable que no fuera con sus mejores galas. Pero quiso el destino que camuflado entre la multitud un plebeyo se colase en una de las mayores salas de fiestas de la comarca. La música hacia que todos los presentes bailasen mientras bebían y conversaban.

Mientras el plebeyo hacía cola para poder pedir una copa se percató de la presencia de una bella princesa. Bailaba con delicadeza a la par que atraía todas las miradas de la sala. Un príncipe y sus secuaces intentaron seducirla pero la princesa los rechazó con elegancia, lo que provocó las risas de los presentes. El príncipe no pudo tolerar que su orgullo fuese herido de semejante forma y ordenó a sus secuaces que raptaran a la princesa.

Ella se removía e intentaba librarse de sus captores, pero todo fue en vano. Los presentes no tenían intención de detener al príncipe, pues conocían su ira, y prefirieron hacer la vista gorda. El plebeyo se percató del asunto y decidió rescatar el mismo a la princesa.

Se interpuso entre la salida y el príncipe y lo desafió a un duelo. El príncipe sonrió y envió a sus secuaces. Mientras los secuaces pegaban al plebeyo, el príncipe engatusó a la princesa con hermosas palabras y falsas promesas. Y mientras el plebeyo sangraba por su princesa, esta se escapaba en un “Golf” hacia el palacio del príncipe. El príncipe y la princesa vivieron felices, y al pobre plebeyo le partieron las narices. Fin.

Peraltucho