sábado, 1 de diciembre de 2012

Aquellos maravillosos años


En aquellos tiempos era difícil pensar con claridad. Éramos mucho más jóvenes que ahora, con todo lo que eso conllevaba. Actuábamos como si conociésemos algún tipo de verdad que nos hacía superiores al resto de la humanidad, como si fuésemos más listos, más especiales o más libres que cualquier otra persona. 
Estaba bien sentirse de aquella manera.

Por aquel entonces éramos auténticos pueblerinos, unos paletos,  unos catetos de primera categoría, pero aun no lo sabíamos. Nos gustaba ir las noches de verano a las ruinas de lo que en el pueblo decían que antaño fue un castillo, pero que ahora solo era un viejo muro en lo alto de una colina. Allí bebíamos, fumábamos, reíamos, mientras a nuestros pies se iluminaba el pueblo que nos había visto crecer. Hablábamos de como pensaban las mujeres, como nos veían, como conquistarlas… cuando más de la mitad de nosotros no habíamos besado siquiera a una.

No teníamos ni puñetera idea de lo que hacíamos, de lo que decíamos, pero siempre teníamos la sensación de que todo nos iría bien, de que nada podría detenernos, de que no había nada superior a nosotros… Bendita ignorancia.

Han  pasado diez años desde aquellos primeros veranos de rebeldía. Muchas cosas han pasado desde entonces.
Nos hicieron caer a golpes de nuestras atalayas.
Nos dimos cuenta de que el mundo se extendía mucho más allá de lo que nos permitía ver aquel castillo en ruinas.
Nos partieron la cara más veces de las que podemos recordar.
Nos partieron el corazón más veces de las que queremos recordar.
Con el paso del tiempo en vez de aprender más cosas sobre las mujeres parece que cada vez sabemos menos de ellas.
La mayoría de nuestros sueños terminaron siendo eso… solo sueños…
Cambiaron nuestras prioridades.
Cambió nuestra manera de actuar.
Nos volvimos más cínicos.
Nos volvimos más humildes.
El futuro con el que tanto soñábamos y del que esperábamos tantas cosas terminó por convertirse en un presente muy diferente al esperado.

Todavía no he terminado de asumir que ahora soy un hombre con trabajo.
Con un horario.
Con un despacho.
Con un jefe.
Pero a pesar de todo, algunas noches subo con un par de cervezas a la azotea de mi edificio y me reclino sobre la cornisa mientras bebo tranquilamente y disfruto de la ciudad.
De sus luces.
De sus ruidos.
Y me acuerdo de lo gilipollas que era hace diez años y sonrío pensando en lo que pensará de mí el hombre que seré dentro de otros diez.

Peraltucho

2 comentarios:

  1. me encanta..... cuanta verdad!!! casi se me salta una lagrimilla... ya nos es sólo las cosas que cuentas, que con eso sería suficiente para erizarle el pelo a uno, sino cómo las cuenta...eres un poeta amiltus....

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  2. Esta entrada rezuma a rock nacional, a La Fuga y a Poncho K. Muy buena.

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