viernes, 27 de noviembre de 2009

Envidia cochina

Parece ser que el amor está en el aire. Parece ser que todo el mundo tiene pareja. Soy el único desgraciado que no tiene con quien despertarse por la mañana. Aquellos que juraban que nada les ataría, ahora están locamente enamorados. Cuesta encontrar algún plan que no sea en parejas. Ya renegué de poder quedar con ellos de copas sin que estuvieran sus novias presentes. Todo el mundo insiste en recordarme que ya me pasará a mi, que ya encontraré a alguien por quién no quiera quedar con ellos. Pero la triste realidad es que nunca he tenido una relación seria, nunca he estado enamorado, y ahora no puedo evitar sentirme sólo como siempre, sólo como nunca.

Soy de los que piensan que la gente enamorada no tiene cosas interesantes que contar, están muy ocupada viviéndolas. No creo que, de momento, Cupido haya siquiera afilado las puntas de las flechas con mi nombre. Así que mientras tanto seguiré aquí, bajando al “Heaven’s doors” para ahogar penas. Dejando que me partan por enésima vez la cara. Chocando como una mosca contra el mismo cristal una y otra vez. Escribiendo autorretratos en las servilletas del pub al que ella nunca acudió. Guardándome mis mejores relatos sólo para mi. Escribiendo poesía por las noches en los muros que hay de camino a mi casa. Anhelando el día en que no tenga nada que contar.


Peraltucho

viernes, 13 de noviembre de 2009

Un pobre diablo

Las puertas del “Heaven’s Doors” se abrieron de par en par. Tras ellas apareció un joven alto y delgado. Con el pelo largo y aspecto desaliñado. Rondaría los veintipocos años. Tras él se podía escuchar la lluvia caer torrencialmente.

Empapado se acercó a la barra y pidió una cerveza. El camarero se la sirvió dando un fuerte golpe en la barra. El chaval se la bebió de un solo trago y pidió otra.
- ¿Una mala noche?
El chaval se giró a sorprendido a su izquierda. Le hablaba un viejo sentado dos banquetas más lejos de él. Vestía traje y sombrero mientras sostenía un vaso de whisky. Le pareció extraño no haberlo visto al entrar. El viejo se levantó y se sentó en el taburete contiguo al suyo.
- Deja que te invite a una bebida de verdad.
- Lo siento, pero no acepto regalos de desconocidos.
- Pues entonces deja que me presente, soy el Diablo.
El joven no pudo evitar soltar una carcajada.
- No me jodas, me ha tocado aguantar al loco del lugar.
- Jeje, es lo que tiene ser sincero. A menudo a los que dicen la verdad se los toma por locos.
- Demuéstrame pues que eres quien dices ser.
- Está bien, estás aquí para olvidar a una mujer.
- Eso no tiene mérito, casi todos los que entran aquí lo hacen para olvidar a una mujer.
- Cierto, pero lo tuyo es diferente. Los que vienen aquí beben para olvidar a mujeres con las que han disfrutado, con las que se han divertido, pero tu vienes aquí para olvidar a una mujer a la que has amado.
El chaval se quedo pensativo mirando la mugrienta barra. Se giró hacia el viejo y dijo:
- Esta bien señor Diablo, invíteme a una bebida de verdad.
- ¡Ese es el espíritu! – dijo mientras alzaba la mano para pedir un par de whiskys – Cuéntame como te destrozaron el corazón.

El muchacho empezó a contarle como conoció a su media naranja, las cosas que les gustaba hacer, los viajes que hicieron, las largas conversaciones en la cama, los altibajos que habían pasado, y como finalmente, esa misma noche, ella le dijo que en realidad no lo amaba.
- ¡Menuda injusticia! Tú la amabas de verdad, le abriste tu corazón, le diste todo lo que tenias y ella simplemente te dice “Ya no te amo”.
- Hay quien dice que es mejor haber amado y haber perdido, que nunca haber amado… No creo que al que dijese eso le hubiesen partido el corazón. Yo prefería no haber amado nunca…
El joven apuró el whisky de un sorbo. Y el viejo pidió otros dos vasos. Esperó a que el barman los sirviese y se marchase y entonces se acercó al muchacho y le dijo:
- Bueno, puede que haya una solución para tu problema…
- ¿Cuál?
- Me parece que olvidas con quién estás hablando. Yo soy el Diablo. Llevo muchos años en este mundo y sé cómo hacer que olvides todo lo pasado. Tendrías una nueva oportunidad. Todo tu dolor podría desaparecer al instante.
- Y a cambio querrías mi alma o algo de eso, ¿no?
- Jajaja, has visto muchas películas chaval, no soy tan malo como me pintan. A veces simplemente me gusta bajar a los peores antros del mundo y poder ayudar a quién más lo necesita, simplemente por el gusto de poder cambiar el mundo, para poder hacer la tierra un lugar en el que yo me sienta más agusto, para poder mirar a Dios a los ojos y decirle, “¿Ves? Esto lo ha hecho mi mano, y no tu gran poder divino”.
- Mmmm, ¿entonces no habrá consecuencias?
- Siempre hay consecuencias, pero lo que no habrá serán engaños. Lo que tu pidas lo tendrás. Es así de fácil.

El muchacho dudó un segundo, bebió whisky para tomar fuerzas y mirando a los ojos al Diablo le dijo:
- Quisiera no haber amado nunca.
- Que así sea.

En ese momento pasaron todos sus amores por delante de sus ojos. Todos el amor que había dado y recibido fue desapareciendo poco a poco de su mente. Olvidó los nombres, olvidó los olores, olvidó los momentos pasados, olvidó las cartas escritas, lo olvidó todo, y en sus ojos solamente quedó el vació infinito que sólo se puede apreciar en aquellas personas que no saben lo que es el amor.

El muchacho miró asustado y confundido al viejo.
- ¿Qué me has hecho?
El Diablo terminó el whisky. Le sonrió. Y acercándose a su oído le susurró.
- Ahora eres como yo, un pobre diablo.

Peraltucho

martes, 3 de noviembre de 2009

Érase una vez...

Érase una vez, un reino donde las princesas no vestían caros vestidos de seda importados desde exóticos lugares. Un reino en el que cualquiera que tuviera un vehículo se creía un príncipe. Un reino donde los verdaderos héroes no llevaban relucientes armaduras.

En este reino las multitudes se congregaban en grandes salas de fiestas, donde unos guardas se encargaban de no dejar pasar a cualquier indeseable que no fuera con sus mejores galas. Pero quiso el destino que camuflado entre la multitud un plebeyo se colase en una de las mayores salas de fiestas de la comarca. La música hacia que todos los presentes bailasen mientras bebían y conversaban.

Mientras el plebeyo hacía cola para poder pedir una copa se percató de la presencia de una bella princesa. Bailaba con delicadeza a la par que atraía todas las miradas de la sala. Un príncipe y sus secuaces intentaron seducirla pero la princesa los rechazó con elegancia, lo que provocó las risas de los presentes. El príncipe no pudo tolerar que su orgullo fuese herido de semejante forma y ordenó a sus secuaces que raptaran a la princesa.

Ella se removía e intentaba librarse de sus captores, pero todo fue en vano. Los presentes no tenían intención de detener al príncipe, pues conocían su ira, y prefirieron hacer la vista gorda. El plebeyo se percató del asunto y decidió rescatar el mismo a la princesa.

Se interpuso entre la salida y el príncipe y lo desafió a un duelo. El príncipe sonrió y envió a sus secuaces. Mientras los secuaces pegaban al plebeyo, el príncipe engatusó a la princesa con hermosas palabras y falsas promesas. Y mientras el plebeyo sangraba por su princesa, esta se escapaba en un “Golf” hacia el palacio del príncipe. El príncipe y la princesa vivieron felices, y al pobre plebeyo le partieron las narices. Fin.

Peraltucho

domingo, 25 de octubre de 2009

Consumir preferentemente

Cuando no te duele el estomago a cada cruce de miradas.
Cuando no pasas en vela las madrugadas.
Cuando no corres a por el móvil cada vez que suena.
Cuando sonríes a otras gatas en los bares.
Cuando preferirías estar por otros lares.
Cuando ya no añoras su melena.
Cuando duermes toda la noche de un tirón.
Cuando la distancia gana la batalla al corazón.
Cuando pensando en ella no te pierdes por la ciudad.
Cuando te emborrachas y no la llamas.
Cuando te das cuenta de que ya no la amas.
Cuando el amor tiene fecha de caducidad.

Peraltucho

lunes, 12 de octubre de 2009

Moscas

Estoy harto de ver como mi corazón se estrella contra el mismo ventanal una y otra vez. Harto de que a cada palpitar vuelva a coger impulso para volver a chocar en el mismo sitio. Harto esperar que una mano amiga abra la ventana, lo deje escapar para que vea impotente la cantidad de corazones que hay chocando en ese momento a través de sus cristales. Harto de vivir con el miedo de que alguien se harte del ruido que provoca mi corazón al estrellarse en mi ventana y decida terminar con su existencia reventándolo contra el frío cristal de la realidad.

Peraltucho

sábado, 12 de septiembre de 2009

Autorretrato

Melenudo de ojos claros y sinceros que se refugia tras el cristal opaco de los botellines vacíos que deja a su paso. De los que cuando se acercan tempestades se tumban en la verde hierba buscando formas en las negras nubes. Bastante bueno en lo que a los malos vicios se refiere. Mentiroso ocasional, no por bellaco, si no para maquillar la mierda de mundo en el que vive y con sus falacias hacer creer a los que le rodean que habita en otro lugar menos gris. Rehúye a los dioses, a los reyes y a los patriotas pues no tiene religión, amo, ni bandera. Nada a contracorriente la mayoría de las veces por tocapelotas, rara vez por convicciones. De los que nunca salen de su casa cuando llueve. Cinéfilo que espera con ansia a que el héroe de la película fracase en su intento de cambiar el mundo. De los que a menudo miran por la ventana deseando poder escapar de la rutina y viajar sin destino fijo donde el azar los lleve. De los que busca el amor en cualquier esquina cansado de que hasta las enfermeras le partan la cara. Poeta de pacotilla que escribe para desahogarse cuando el alcohol y las lágrimas no son suficiente medicina.

Peraltucho

lunes, 24 de agosto de 2009

Tiempo para mi

Después de invertir gran parte del verano en contentar mis insanos vicios en fiestas, playas y tabernas me di cuenta de que era hora de intentar de salvar un poco la conciencia y estudiar un poco para poder quitarme alguna de las muchas asignaturas que tenia para septiembre. Una vez me entendí que en Lebrija poco iba a estudiar decidí venirme a Sevilla, donde empecé fuerte estudiando y aprovechando el tiempo.

Desgraciadamente mi ritmo de estudio ha decaído bastante, en gran medida debido a las "malas" compañías que frecuento por la facultad. Debido a que he pasado un par de días algo raros en cuanto a mi estado anímico se refiere, decidí tomarme un tiempo para mi mismo abriéndome una cervecita fría y tomándomela tranquilamente en el sofá de mi piso escuchando algo de música. El caso es que perdiéndome un poco en mis pensamientos me sorprendí a mi mismo tarareando la canción de Sabina ¿Quién me ha robado el mes de abril? que sonaba en ese momento.

El caso es que me pareció una imagen un poco triste... un chaval en Sevilla, sólo, bebiendo cerveza, cantando una canción melancólica por la noche... En ese momento me termine la cerveza de un trago y decidí que tenía que hacer cualquier otra cosa, así que me puse a escribir, pero no encontraba nada profundo que decir, quería contar algo interesante, quería conmover a quien leyese esto, quería dar algún sabio consejo, pero me temo que no sirvo para eso... Que puta que es la vida!, más de 3000 canciones puestas en aleatorias y acaba de saltar a la de "Nacidos para perder" y no puedo parar de cantarla.... creo q voy a por otra cerveza...

Peraltucho

lunes, 10 de agosto de 2009

Ajuste de cuentas

La música era embriagadora. Apenas recordaba cómo había llegado allí. Recordaba que la noche era fría y silenciosa. Recordaba estar buscando en un cubo de basura algo que echarse a la boca. Llevaba días sin comer algo en condiciones. Recordaba escuchar de pronto una melodía que le arrastró por las sucias calles en busca de su procedencia. No sabía cuánto tiempo había estado andando. Ni que camino siguió hasta plantarse en la puerta del parque.

Un cartel grande y de llamativos colores indicaba que esa misma noche se celebraba un concierto de música clásica al aire libre. Se recomendaba asistir con las mejores galas posibles. Ni siquiera leyó el cartel. Siguió adelante en busca del origen de la música. Subió a lo más alto del parque y desde allí pudo contemplar cómo la banda deslumbraba a todos los presentes. Las familias se habían sentando en unas mesas especialmente dispuestas para la ocasión en el costado de la colina. Mientras que abajo del todo la orquesta tocaba una dulce melodía que dejaba sin palabras a cualquiera que tuviera la fortuna de escucharla.

Lentamente bajó por la colina. Los asistentes se apartaban a su paso. Llevaba semanas sin ducharse. No recordaba la última vez que lavó su mugrienta vestidura. Cuando creyó estar bien situado simplemente paró de andar. Se quedo allí de pie. Cerró los ojos y se dejo arrastrar por la música.

A su alrededor se escuchaban murmullos de desaprobación. Muchos se apartaron de su lado y se fueron con sus trajes caros y sus copas de vino a otro lado. Al cabo de unos minutos un circulo se había creado a su alrededor. Pero él no estaba en el parque en ese momento. Estaba a kilómetros de allí. La música le hizo recordar otro tiempo, otro lugar. Dónde era feliz. Dónde tenía una familia. Recordó cuando era respetado por sus congéneres. Recordó cuando se tumbaba los domingos en el porche de su casa y tomaba una cerveza con su mujer mientras los niños correteaban. Recordó cuando llegaba cansado del trabajo y hacia el amor con su mujer mientras música clásica sonaba de fondo.

En ese momento empezó a llover. El agua fría lo sacó de su letargo y abrió los ojos. Pudo ver como los asistentes corrían buscando un lugar donde cobijarse. Poco a poco se fueron yendo hasta que sólo quedo él. De pie. Bajo la lluvia. Escuchando la música.

Los músicos, al ver que su público se había marchado se fueron retirando también. Uno por uno fueron recogieron sus instrumentos y se largaron. Todos salvo una violinista que siguió tocando. Mientras ella tocaba él cerró de nuevo los ojos. Y volvió a sus recuerdos, a sus tiempos mejores, a ser verdaderamente él y no el despojo humano en el que se había convertido.

Cuando la violinista terminó él abrió los ojos. Ella le sonrió. Hizo una reverencia y se marchó. Él se quedó quieto bajo la lluvia. El agua había calado su abrigo. Alzo la cabeza y contempló las nubes. Quiso gritar. Quiso decirle al cielo que estaba harto de aguantar. Que estaba arto de tragar mierda. Que estaba arto de pasar frio. Que estaba harto de este mundo. Que ya no encontraba una razón para seguir adelante. Lentamente sacó una pistola del interior de su gabardina. Su mano temblaba. Abrió la boca y se metió el cañón del arma. Cerró los ojos fuertemente mientras las lágrimas que brotaban de ellos se confundían con las gotas de lluvia que golpeaban en su cara.

Al día siguiente, en la terminal del aeropuerto la orquesta esperaba su vuelo. La violinista risueña se dirigió a comprar el periódico. Se sentó en un banco y empezó a ojearlo. Buscaba las críticas del concierto, aunque no tenía grandes expectativas al respecto debido a que la lluvia arruinó la mayor parte. Pasaba las páginas en busca de la crítica cuando de repente no pudo contener un grito. Había topado con la sección de sucesos. El titular de la noticia decía: “Hallado cadáver en un Parque. Posible ajuste de cuentas”. Junto al extenso texto que desarrollaba la noticia se podía ver la foto de un vagabundo muerto. Nunca más volvió a tocar el violín.

Peraltucho

domingo, 28 de junio de 2009

El perdedor

(Basado en el poema del mismo nombre de Charles Bukowski)

La cabeza me daba vueltas. Los incesantes golpes y voces que propinaba mi casero no ayudan para nada. Me levante de la cama. Había botellas vacías por todo el suelo de la habitación. Corrí el pestillo y abrí la puerta. El casero se coló rápidamente en mi habitación. No hacía más que pegarme voces.

-¿Cuándo cojones piensas pagarme la habitación? Llevas ya 3 semanas de retraso.

-Todavía estoy buscando trabajo, no es tan fácil encontrarlo como pensaba.

-¡Mira a tu alrededor borracho, con lo que te has gastado en alcohol podías haberme pagado la mitad de lo que me debes!

Cogí mi chaqueta sin apenas mirar al casero y me dispuse a salir.

-¿Dónde crees que vas gilipoyas?

.Voy a buscarme otra pensión, una en la que me dejen dormir las mañanas de resaca, puedes quedarte con lo que encuentres en mi habitación.

-¡Aquí solo hay mierda!

-Lo sé.

Salí a la calle en busca de un trago que me ayudase a olvidar el incidente con mi casero. Me dirigí a un tugurio en las afueras. El camarero me conocía y si lo pillaba de buen humor puede que incluso me fiara lo que bebiese. De camino paré en una pensión. Convencí a la dueña de que me dejase estar una semana sin pagar mientras buscaba trabajo. Cuando llegue al bar el camarero no pudo evitar ocultar una sonrisa de comadreja.

-Me alegro de verte, ¿qué quieres beber? Invita la casa.

-Un whisky doble.

Me lo sirvió al momento. Disfrute del whisky mientras el camarero seguía sonriendo y observaba como bebía.

-La verdad es que necesitaba a alguien como tú. Necesito un boxeador para esta noche. Lo único que tienes que hacer es caerte en el tercer asalto.

Lo mire seriamente. Le pegue otro trago al whisky. Ya no sabía igual de bien que el primer sorbo.

-Por supuesto te pagaré.

-Guárdate el dinero. Me invitarás a todo lo que beba hasta la hora de la pelea.

-Trato hecho. Pero recuerda que tienes q caer en el tercer asalto.

-¿Quién va a tener el gusto de macharme?

-Yo.

Seguí bebiendo toda la tarde. Cuando anocheció el camarero me llevo hasta la trastienda. Me dio unos pantalones cortos y vendas para liarme los puños. Los combates se hacían en el callejón de detrás del bar. No se usaban guantes. Se peleaba hasta que uno de los dos terminaba en el suelo sin poder levantarse. Todo el mundo sabía que los combates se amañaban, pero eso no impedía que los borrachos que buscaban evadirse de la realidad disfrutaran de dos tipos partiéndose la cara. Me desnudé, doblé mi ropa con cuidado, vendé mis manos y esperé en silencio a que el camarero me diese la señal para salir al callejón a pelear.

Cuando escuché la señal salí al callejón. Esa noche había mucha más gente de lo normal. La mayoría me abucheaba. Algunos incluso me escupieron. Me daba igual. Me puse frente a frente con mi adversario. Nos miramos fijamente. La gente gritaba a nuestro alrededor. Estaban borrachos y sedientos de sangre. Sin previo aviso el camarero me lanzo un directo a la mandíbula. A partir de ahí solo recuerdo recibir puñetazos. Los recibía por todas partes. Tampoco intentaba esquivarlos. Sabía que el dolor no iba a durar mucho. Así que allí estaba, parado con los puños levantados, y recibiendo puñetazos de mi adversario a diestro y siniestro.

En uno de esos ganchos caí. Mi cabeza impactó contra el suelo. A duras penas me levanté. Miraba en el suelo la mancha de sangre que había dejado. La notaba resbalar por mi cuello manchando mi única camiseta de rojo. Escupí sangre a un lado. Levante la cabeza y miré fijamente a mi oponente.

-¿Qué coño pasa?, no deberías haberte levantado, ¿intentas joderme?

Siguió despotricando contra mí. Hasta que de buenas a primeras cerró la boca. Vio en mi mirada que algo había cambiado, y yo pude ver en la suya miedo. Sonreí.

-Oye, teníamos un trato….

No lo dejé hablar más. Empecé a golpearle la cara. El pobre intentaba defenderse pero era inútil. A cada golpe que daba me sentía mejor, me sentía más fuerte. Tenía una razón para cada puñetazo. Esté porque la vida me ha tratado como una mierda. Esté por vivir en un país de mierda. Este por mi casero de mierda. Este por ser un borracho de mierda. Seguí golpeando hasta que ya no me quedaba ninguna razón. Y después seguí golpeando un poco más.

Cuando por fin paré me di cuenta de que el público había ensordecido. Todos me miraban fijamente con la boca abierta. Miré a mi oponente. No se movía. Su rostro apenas se distinguía. Era una masa deforme. Me dirigí a la trastienda. Los mismos que antes me abucheaban y escupían ahora se apartaban de mi camino. Cogí mi ropa doblada y desaparecí de allí. Mientras me alejaba podía escuchar las voces pidiendo una ambulancia.

El viaje hasta mi pensión se me antojó larguísimo. La gente al verme cubierto de sangre y apestando alcohol se apartaba de mi camino. Llegué a mi habitación. Me senté en una silla y me quité lentamente las vendas ensangrentadas de mis manos. Las tiré al suelo. Cogí papel y bolígrafo y escribí mi primer poema. Desde aquel día no he parado de luchar.

Peraltucho.

miércoles, 17 de junio de 2009

Salitre 48

Con la conciencia tranquila, con la rabia precisa, voy robando poesía para hablar a todos los amantes de lo ajeno. Voy buscando alguien que me de permiso para aterrizar si me canso de vivir en las alturas, que me de ternura, que me de velocidad cuando me quede a oscuras. Buscaré a quien conmigo quiera tratar de acariciar la luna, quien quiera viajar lo lejos que soñé, quien quiera volar sobre nubes sucias, alguien que me arranque de cuajo la pena, ya que de alguna manera tendré que olvidarte cuando a mi me memoria llegue el recuerdo de la estructura de tus labios incorrectos. Solo quiero que me lleven al puerto de náufragos y a los muelles donde no escuchan tus preguntas, pasar tardes de perros y noches canallas con la esperanza puesta en el escote de otra camarera. Me gustaría ser como aquel soñador que baja por la escalera de incendios a la hora en que las calles están llenas de bandidos. Pero al final recuerdo que no hay nadie que me impida hacer sonar mi armónica perdido en la autopista en mis horas melancólicas,  y todo lo demás .. bueno, todo lo demás no importa...

Peraltucho

lunes, 8 de junio de 2009

Heaven's Doors

Andaba tan rápido como podía, como si intentase dejar atrás todo lo ocurrido. Por mis mejillas bajaban lágrimas, en parte de rabia por lo ocurrido, en parte por el frio viento que golpeaba mi cara. No recuerdo exactamente porque empezó todo, sólo sé que discutimos, que nos gritamos, y que harto de aquello cogí mi cazadora y salí dando un portazo del piso. Me arrepentía profundamente de lo que había dicho, sabía que no tenía que haberle gritado. Podía parar de caminar, darme la vuelta y volver al piso, decirle que lo sentía, que la quería, que no volvería a pasar… pero lo cierto es que a cada metro que me alejaba sentía que mi culpa desparecía, que a cada paso que daba me encontraba un paso más lejos de mis problemas.

Volvió a sonar el móvil. Era la enésima vez que sonaba desde que había salido del piso. En un ataque de ira saqué el móvil del bolsillo y lo estrelle contra una pared. Cuando lo vi destrozado en el suelo me di cuenta de la estupidez que acaba de cometer. Seguí andando.

Era de noche. No sabía qué hora era. No suelo llevar reloj. Solía mirar la hora en el móvil. Buscaba un bar donde poder emborracharme hasta olvidar todo lo pasado. Recuerdo andar durante lo que a mí me parecieron horas. La ciudad no está hecha para olvidar problemas un martes por la noche.

A punto ya de darme por vencido vislumbré un cartel de luces de neón en el que se podía leer “Heaven’s Doors”. Me acerque con la intención de entrar. Al llegar al cartel me di cuenta de que para entrar había que bajar por unas escaleras que apestaban a orín desde lo alto. Sonreí al imaginarme al genio que había llamado “Las puertas del cielo” a un antro al que para entrar había que descender a lo que parecía las catatumbas del infierno. En vano mire a ambas partes de la calle con la esperanza de encontrar algún otro local abierto. Volví a mirar las sucias escaleras, y conteniendo el aliento me adentre en el Heaven’s Doors.

Empuje lentamente la puerta del bar, temiendo lo que había detrás. Sonaba música de jazz. Había poca luz. La barra quedaba a la derecha. A la izquierda había 3 mesas. Esperaba encontrarme el local vacio, pero sorprendentemente había más gente de la que me esperaba. Asustaba tal contraste con la ciudad fantasmal que acababa de dejar atrás. Me dirigí a la barra. El barman era un hombre realmente gordo, con una camiseta de tirantas blanca llena de lamparones, y una barba de 3 o 4 días. Le pedí una cerveza. Me miró fijamente, como si me despreciara, luego sin decir palabra se giró. Sacó un botellín de una nevera. La abrió. Limpió la boquilla con el extremo de su asquerosa camiseta. La puso en la barra dando un golpe y se quedó mirándome. Bebí la mitad de la cerveza en el primer sorbo. Necesitaba emborracharme. Necesitaba olvidar.

El gordo seguía mirándome, luchando por respirar. Parecía que le costase el hecho de tomar aire.
-¿A quién se le ocurrió el nombre del bar?
-A mí.
-¿Por qué se lo pusiste?
-Cuando salgas lo sabrás.
Terminé la cerveza en el segundo sorbo. Señalé al gordo el botellín vacio y fue a servirme otro.

En la barra había otros cinco tipos aparte de mí. Todos sobrepasaban los 40 años. Todos parecían unos borrachos. Ninguno hablaba solo miraban su copa y bebían en silencio. Observé las mesas. En una había un grupo de guiris. Parecía que estuvieran pasando la mejor noche de su vida. Gritaban, reían y bebían como si la vida se les fuese en ello. En otra había dos parejas de estudiantes. Parecían sacados de contexto. Cómo si hubiesen entrando en aquel bar esperando vivir una gran aventura. No se habían percatado de que aquel bar era para la gente a la que no le quedaba nada por vivir.

Sin embargo fue la tercera mesa la que resulto ser más interesante. En ella se sentaba una muchacha sola. Me sorprendió no haberme dado cuenta de su presencia nada más entrar. Tendría unos veintipocos años. Era morena. Con el pelo largo. Desprendía belleza y tristeza a partes iguales. Me miraba fijamente mientras fumaba un cigarrillo. Oí como el gordo dejaba con brusquedad el botellín de cerveza en la barra. Lo cogí sin ni siquiera mirarlo. No podía apartar la mirada de la morena. Tendríais que haberla visto por vosotros mismos porque todo lo que yo diga aquí no serían más que vacuas palabras. Ella se fumó el cigarro entero y yo me bebí mi cerveza entera mientras nos mirábamos desde nuestros respectivos sitios. Pedí otra cerveza y me levante decidido hacia su mesa.
-¿Puedo sentarme?
-Creí que nunca vendrías.
-Me gusta hacerme de rogar.
Sacó otro cigarro. Yo saqué mi mechero y le ofrecí fuego.
-Toma coge otro para ti.
-No gracias, no fumo.
-¿Por qué alguien q no fuma lleva un mechero?
-Lo uso para abrir las cervezas, y me sirve para quedar bien con la gente que sí fuma.
Le dio una calada mientras yo bebía de mi cerveza. Me fije en sus labios, los tenía pintados de un rojo carmesí que en contraste con su pálida piel harían enloquecer a cualquiera.
-¿Cómo te llamas?
Me miró fijamente, como si no entendiese la pregunta. Dio un par de caladas más a su cigarro y contestó:
-Esta noche no habrá nombres.
-¿No te fías de mi?
-No es por eso.
-¿Entonces?
-Míranos, nos encontramos en el bar más asqueroso de toda la ciudad un martes por la noche. Una vez que cruzamos la puerta de este antro nos convertimos en la escoria de la sociedad. En el momento que nos digamos los nombres ya no seremos desconocidos y no podremos hablarnos con la franqueza con la que hablan dos personas que saben que no van a volverse a ver en la vida. De haber querido hablar con alguien con nombre habrías ido a casa de un amigo, de alguien querido, pero esta noche venimos escondiéndonos de esa gente, venimos a ahogar penas, venimos a ser desconocidos.
Me quede pensando en lo que había dicho. Me quede pensando en lo triste y cierto que era lo que acaba de decirme. Y al no saber qué contestar simplemente me quede bebiendo en silencio hasta que ella habló:
-¿Qué piensas de la gente que dice que hay que arriesgarse en esta vida, de los que dicen que el no ya lo tienes?
La pregunta me dejo un poco descolocado, no me esperaba una pregunta de ese estilo. Y en otra situación quizás habría contestado otra cosa, habría suavizado mis palabras, pero como ella había dicho, éramos dos desconocidos siendo brutalmente honestos el uno con el otro, así que conteste lo que realmente pensaba.
-Creo que es gente que nunca ha sido rechazada o gente que sí lo ha sido pero quieren mostrar que no les importo, cuando en el fondo saben que es mentira. En el momento que te rechazan por primera vez te das cuenta de la gilipollez que es decir “el no ya lo tienes”. Hay mucho que perder. Si te dicen que no, la relación que mantenías con esa persona se ve totalmente alterada, evitas a esa persona por la vergüenza que supone abrir tu corazón a alguien esperando ser correspondido y ser rechazado. Además también se pierde confianza en uno mismo. Pasas unos días cabreado con la gente que tienes más cerca y que de verdad te quieren por sentirte una mierda y creer que no puedes conseguir lo que quieres.
Nos quedamos mirándonos otro largo rato sin decir nada. Pedimos otra ronda. Ella no paraba de fumar. Seguimos así durante horas, intercalando conversaciones con ratos de miradas silenciosas. Me encantaba como hablaba, no tenía miedo a decir lo que pensaba sin tapujos, sin miramientos.

De nuestra conversación pude deducir que a pesar de ser tan bella había sufrido muchísimo por culpa del amor. Estaba cabreada con el mundo y sus ojos me decían que su tristeza no era transitoria, que no había venido a este tugurio para olvidar las penas de un día. Mientras yo pensaba esto ella seguía hablando:
-¿No estás prestando atención a lo que te estoy contando verdad?
-Lo siento, a veces me pierdo en mis pensamientos.
-Nos parecemos más de lo que crees. Es una pena que nos hayamos tenido que conocer hoy. De habernos conocido en otro momento, en otro lugar, las cosas habrían sido totalmente diferentes entre nosotros.
-De habernos conocido en otro momento o en otro lugar, no habríamos tenido las agallas de tener una conversación tan sincera y profunda como está.
Sonrió tristemente. Se levantó. Dijo que iba al baño, que enseguida volvía. La mire mientras se levantaba. Iba moviendo el culo mientras se dirigía firmemente al servicio. Sabía que la estaba mirando. En ese momento me percate de que ya no quedaba nadie en el bar. Me preguntaba qué hora podía ser. Me maldije por ser tan estúpido y haber destrozado mi móvil. Me levante. Me maree un poco. Estaba borracho, había cumplido el objetivo que me había marcado cuando salí cabreado del piso. Aquello parecía tan lejano.

Vi el paquete de cigarros de la morena en la mesa. Cogí un cigarro y me lo puse en la oreja. Dejé el paquete donde estaba. Me dirigí a la barra, pague al barman todo lo que habíamos bebido. Le pedí un bolígrafo. A regañadientes me dio uno roñoso que llevaba colgado en un bolsillo de la camiseta. Cogí una servilleta y escribí: “Sin nombres, sin despedidas”. Lo doble por la mitad y lo dejé en lo alto de la barra. Le dije al gordo que se lo diera a la morena cuando saliese del baño y me encamine a la puerta. Mientras salía del bar oí como la puerta del servicio se abría. Me quede un segundo parado. En este momento muchos diréis: a la mierda, gírate, dile tu nombre, dile que ha sido la mejor noche de tu vida, dile que no habías conectado con alguien así en tu vida, se brutalmente honesto con ella. Pero lo que hice fue que seguí adelante. Que no volví a saber más de ella. Que nunca averigüé su nombre. Y no podréis decirme nada, porque si habéis llegado a leer hasta aquí es porque vosotros, en algún momento de vuestra vida, también habéis sido cobardes por amor.

Salí del bar. Me paré ante las escaleras. Cogí el cigarro de mi oreja. Lo encendí. Le di una calada profunda. Expulse el humo lentamente, sin prisas. En ese momento amanecía. Los primeros rayos del sol se filtraban entre el humo de mi cigarro mientras yo subía las escaleras. Parecía que estuviese subiendo a las mismísimas puertas del cielo.

Peraltucho

miércoles, 3 de junio de 2009

Hay veces...

Hay veces que el sin sentido del día a día, el vaivén de las mañanas y las noches acaba con mi paciencia. Hay veces en los que solo me apetece abrir bruscamente una ventana y gritar con todas mis fuerzas en lugar de sentarme y observar a través de sus traslúcidos cristales que el mundo avanza implacable sin percatarse de mi presencia. Hay veces que camino por la fría urbe escuchando música y me entran unas inexplicables ganas de salir corriendo, dejar todo atrás, de dejarme llevar por la música, de terminar en cualquier rincón exhausto. Hay veces que la conversación con cualquier borracho me aporta mucho más que cualquier charla de los "eminentes" profesores de la universidad, la supuesta élite del conocimiento. Hay veces que un trago en silencio con un amigo me reconforta más que cualquier otra cosa. Hay veces en las que busco consuelo en labios de desconocidas. Hay veces que sé que soy único. Hay veces que me gustaría ser del montón. Hay veces en las que me gustaría poder escribir claramente todos mis pensamientos en papel. Hay veces que me asusta leerlos. Hay veces que hago mal a sabiendas. Hay veces en las que miento. Hay veces que debería mentir. Hay veces que pienso que los días siguientes seguirán siendo terribles y grises. Hay veces que pienso que los días que están por venir abrirán ventanas a la esperanza. Hay veces que simplemente escribo por escribir.

Peraltucho

lunes, 11 de mayo de 2009

Yo lo llamo amor

A menudo me gusta comparar el amor con un combate de boxeo. Una batalla por mantenerse en pie. Una prueba de resistencia para ver cuantos golpes aguantas antes de caer el suelo, y una vez allí, otra batallar por volver a ponerte en pie. Cada vez que conoces a una nueva persona es un nuevo asalto, algunos duran más que otros, pero en todos hay adrenalina, sudor, heridas, sangre... En todos el corazón palpita con tanta fuerza que parece que saldrá disparado en cualquier momento. En todos se experimenta una enorme sensación de euforia. En todos hay siempre un vencedor y un vencido.

La cosa funciona siempre de la misma manera. Conoces a una muchacha, suena la campana, el combate comienza. Pasas tiempo con ella, primer intercambio de puños, al principio es divertido, estimulante. La cosa empieza a ponerse seria, se pasa a mayores, cada vez los derechazos son más fuertes, cada vez el combate es más interesante, puede incluso llegar a provocar heridas. Al final uno de los dos se cansa de la situación mientras que la otra persona decide que quiere seguir delante, que siente algo especial por el otro, uno de los contrincantes se quita los guantes, decide que no quiere seguir luchando, le tiende la mano en señal de tregua, el otro responde con un golpe de derechas, k.o.

Salgo a la calle a tomar un poco el aire, me pongo mis cascos, escuchando música llego al piso de un amigo. Nos dedicamos arreglar el mundo mientras bebemos un litro de cerveza bien frío. Al rato aparece la novia, se besan, se abrazan, se miran a los ojos de una forma en la que yo nunca he mirado a nadie, ni nadie me ha mirado así. Me doy cuenta de que eso se parece bien poco a un combate de boxeo... es totalmente diferente... es como una melodía de música clásica... es lo contrario a una lucha... es amor...

Termino el litro de un trago, me levanto y voy directo a la puerta del piso con intención de irme. Cuando ya estoy con la puerta abierta me llaman, me preguntan "¿Dónde vas?". Me detengo. Miro al suelo.Cierro los ojos. Sonrío.Contesto: "A que me partan la cara de nuevo".

Peraltucho

Resaca

La luz se cuela por una rendija de la persiana despertándome. Aun con los ojos cerrados molesta de tal forma que me obliga a girar el cuerpo para evitar que me de directamente en la cara. Intento conciliar el sueño de nuevo, pero no soy capaz. Noto la boca pastosa y empiezo a plantearme la opción de levantarme a por un vaso de agua. En cuanto intento incorporarme una punzada de dolor en la cabeza me dice q todavía no estoy listo para levantarme. Vuelvo a tumbarme. Intento recordar como fue la noche. Empiezo por como llegue a casa. Poco a poco voy reviviendo todo los momentos de la noche. Algunos hacen que involuntariamente sonría, otros hacen que me avergüence.

Permanezco un rato mirando al techo de la habitación. Al principio no veo nada, pero poco a poco mis ojos se acostumbran a la penumbra de mi habitación solo interrumpida por el haz de luz q se cuela x la persiana. Segundo intento de incorporarme. El dolor de cabeza se acentúa. Me siento en el borde de la cama sujentando mi cabeza con las manos mientras miro al suelo. Permanezco así unos minutos. Dando tumbos llego a la cocina donde bebo 3 o 4 vasos de agua seguidos. El dolor de cabeza no se va. Pienso en aquella gente que toma ibuprofeno en sus mañanas de castigo y me planteo tomar uno, pero decido no hacerlo, seria como hacer trampas...

Me percato de la mezcla de olores que emano. Tabaco, sudor, alcohol... Decido tomar una ducha caliente. Eso mitiga el en parte el dolor de cabeza. Llego a mi habitación y pongo a Quique Gonzalez. Busco en el armario mi camiseta de Albertucho mientras Quique alquila una suite en el hotel los ángeles. Me pongo unos pantalones de chandal mientras pienso en lo agusto q estoy con mi atuendo de resaca.

Me pongo en contacto con mis compañeros de juerga. Me informan como terminaron la noche. En ese momento la fuga, marea y la vela puerca sustituyen a Quique. Como algo, no mucho, no tengo el estomago para grandes comilonas. Me tumbo en el sofá. Veo un rato la tele, no le echo mucha cuenta, no me interesa nada de lo que dice. Vuelvo a mi cuarto. Mientras escucho a Lapido de espaldas a la realidad voy pensando en todo lo que tendría que haber hecho el finde para la facultad. Al principio tenia algo de remordimiento, después uno termina acostumbrándose a malvivir del cuento. Se me pasa la tarde pensando en mis tonterías.

Cuando me asomo por la ventana el sol ya se ha puesto. A esas horas el que canta en mis altavoces es Carlos Chaouen. Ceno algo. Leo un poco a Bukowski. Me acuesto. Justo antes de quedarme dormido veo mi camiseta de Albertucho colgada en el respaldo de mi silla. Leo la frase q tiene escrita en la espalda: "Las persianas no están hechas para las noches bonitas, sino para las mañanas de resaca". Quedo dormido con una sonrisa en la cara.

Peraltucho