sábado, 31 de diciembre de 2011

Good night Paris

Dentro de poco harán 3 años desde mi llegada. Recuerdo sobre todo la sensación de que al pisar París las cosas empezarían a ir sobre ruedas. Llevaba por equipaje una pequeña mochila con ropa y una vieja máquina de escribir. Debí darme cuenta de que no era tan especial cuando en la cola de embarque había otras seis o siete personas con maquinas de escribir, todos ellos embobados y anonadados, pensando en lo fácil que sería hacerse escritor de éxito en la ciudad de las luces.

La máquina de escribir la tuve que vender a los tres meses de estar aquí. Casi al mismo tiempo que tuve que dejar mi bohemia bohardilla francesa y mudarme al número 27 de la “rue Fresnel” . Allí compartía un minúsculo apartamento junto a 5 “artistas”. Me gustaría decir que nadie me dijo que ser escritor iba a resultarme tan difícil, pero si he de ser sincero, me lo advirtieron nada más llegar. Sería mi primera o segunda semana en París, yo recorría las calles buscando inspiración en cada esquina, me pasaba horas paseando por los parques, visitando museos y charlando con otros artistas en pequeños cafés diseñados para hacernos creer que solucionábamos los problemas mundanos mientras nos calentábamos con un capuchino. Cabe esperar que fuese uno de estos escritores me advirtiera de mi nefasto futuro, pero fue un frutero que tenía su negocio en mi misma calle quién vaticinó mi negro destino. Lo veía a diario hablando con las vecinas, colocando la fruta o leyendo en la puerta de su negocio. Siempre me saludaba al pasar y poco a poco fuimos pasando del frio saludo matutino a largas conversaciones sobre nuestras vidas. Cuando le conté mis planes de ser un reputado escritor sonrío amargamente y me dijo “Amigo, espero que te guste pasar hambre”. Con el tiempo me confesó que él, una vez también estuvo en mi situación y también quiso ser un artista de éxito, pero que terminó por rendirse y montó esa pequeña frutería.

El caso es que el tiempo fue pasando, y yo no encontraba mi obra maestra. No encontraba la inspiración prometida. Y cuanto más lo intentaba menos dinero me quedaba. Así que tuve que ir intercambiando mis fases de búsqueda de inspiración, con trabajos de poca monta. Trabajaba de lo que fuese, casi todos trabajos temporales, camarero, botones, etc.. Trabajaba un mes y luego pasaba el siguiente escribiendo, viviendo de lo ganado, hasta que me volvía a quedar sin dinero y vuelta a empezar. Las épocas de trabajo eran más llevaderas, tenías un horario, tenías una rutina, no tenías que pensar mucho ni agobiarte por el mañana. En cambio las otras… eran más difíciles de llevar. Pasaba horas delante de folios en blanco. Paseaba en bici por las calles buscando la musa que me habían prometido antes de salir, pero nunca encontraba nada. Cada vez odiaba más esta ciudad. Cada vez odiaba más ser un escritor que no escribe. Si no puedo escribir algo en condiciones en esta ciudad no podré hacerlo en ninguna. Así que cada vez me tomaba menos tiempo para escribir, y me pasaba más tiempo en trabajos basura. Distrayendo la mente, intentando no pensar en nada relacionado con el arte.

Lo que nos lleva al día de hoy, o de ayer mejor dicho, que fue cuando me despidieron de mi empleo. Trabajaba en una pequeña pastelería. No ganaba mucho dinero, pero me encantaba el olor de la tienda, y me relajaba mucho hacer pasteles, me abstraía de todo el mundo en esa pequeña pastelería. Pero bueno no nos desviemos, el día de hoy es el primero desde hace mucho que me tomo para dedicarlo al arte. Decido salir a dar una vuelta por el barrio. Hace tiempo q no lo hago. Al salir a la calle huele a humedad. Ayer llovió y todavía quedan muchos charcos en las aceras. Normalmente me gusta ir en bici a todas partes, pero con el tiempo tan inestable prefiero dejarla en casa e ir andando. Después de un rato dando vueltas me deprime la imagen de una vieja prostituta, demasiado maquillada y casi esquelética, intentando convencer a un señor mayor para pasar un “buen rato”. Decido ir al Louvre, cuando llego hay una cola demasiado larga, así que me siento en un banco contar cuantos rombos tiene la pirámide de la entrada. Cuando me canso pienso que la única manera de salvar el día sería meterme en una tasca a beber vino hasta perder la conciencia. Después de emborracharme y dar un espectáculo lamentable me echan del local. Ya es de noche. Voy muy borracho. Voy muy cabreado con el mundo. Muy cabreado con Francia. Muy cabreado con París. Y grito a la ciudad que voy a escribir sobre eso. Sobre lo duro que es vivir en París. Sobre lo asqueroso e ingrato que es ser escritor en esta ciudad. Y en ese momento llego al Sena. Y está completamente iluminado. Y me produce una extraña calma contemplarlo. Me acerco un poco más y me siento en la orilla. Y veo las luces reflejarse en el río. Y veo las parejas saliendo de los restaurante sonriendo. Y vislumbro la bella torre Eiffel. Y pienso que no estaré tan mal cuando he aguantado tanto tiempo aquí. Y es entonces cuando pienso que quizás mi labor como escritor, mi labor como “artista”, no es dilapidar la fama de esta ciudad, si no contribuir a ella. Maquillar la realidad y formar parte de su magia. Contar que aunque caprichosa, esta es una ciudad que cuida de los suyos, y al final sabe recompensarte. Me tumbo y sonrío. Cierro los ojos y susurro “Buenas noches Paris”.

Peraltucho