Tenía ese halo especial que hacía que, sin ser la más guapa
del lugar, atrajera multitud de miradas de deseo.
Tenía, también, una de esas sonrisas que no eran fáciles de
ver, y que no sacaba a relucir muy a menudo, pero que cuando hacía uso de ella
dejaba a su paso una retahíla de corazones rotos.
Pensaba que “The Creedence” era el mejor grupo de todos los
tiempos.
Llevaba siempre en el bolso un ejemplar de “El jardín
extranjero”, y lo releía en todas las paradas de autobús en las que se sentaba.
Vivía ajena a las noticias del mundo, sin leer ni un solo
periódico, ni ver un solo telediario, sabía que el mundo seguiría avanzando a
pesar de ella.
Por ello, no era capaz de mantener una conversación “normal”
como lo haría el resto del mundo, sin embargo, era capaz de recitarte “Las
flores del mal”, de Baudelaire, mientras mordía la aceituna de un Martini.
Era, en resumen, una de esas mujeres que, cuando lo
deseaban, conseguía que la vieses moverse a cámara lenta, haciéndote pensar que
nunca conocerás a una mujer mejor que ella. No en vano, ese era su “don”.
Era lo que realmente la hacía especial.
Tenía el poder de ralentizar el tiempo a su antojo.
Es por eso por lo que le gustaban los días lluviosos. Le
encantaba salir a la calle y ralentizar el tiempo, disfrutaba viendo como las
perfectas gotas de agua iban cayendo a cámara lenta.
Le gustaba, también, ir a un pequeño descampado que había
cerca de su piso y donde crecían pequeñas mariposas amarillas. Le encantaba
correr mientras las mariposas batían sus pequeñas alas lentamente a su
alrededor.
Ralentizaba el primer sorbo de café del día, disfrutaba de
su aroma y de su sabor durante horas.
Ralentizaba los 5 minutos previos a que el despertador la
levantase, por eso era la única que iba descansada y de buen humor todos los
días a trabajar.
Ralentizaba los besos,
los orgasmos,
las puestas de sol.
Disfrutaba, en definitiva, de todos los pequeños regalos de
la vida, de una manera y durante un tiempo que los demás no podríamos siquiera
imaginar.
De esta manera, la primera vez que lo vio y sus miradas se
cruzaron, lo que para el resto de mortales fueron solo unos segundos, para ella
fueron días enteros perdiéndose en sus ojos. Debido a que su poder le permitía
sentir las cosas de manera mucho más intensa que los demás, de que amaba con
más fuerza y más lentamente que nadie, no es de extrañar, que cuando él la
dejó, lo único que ella pudiese hacer es ver como
él
desaparecía
de
su
vida
a
cámara
lenta.
Peraltucho
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