martes, 7 de mayo de 2013

Formas de matar el tiempo


Tenía ese halo especial que hacía que, sin ser la más guapa del lugar, atrajera multitud de miradas de deseo.
Tenía, también, una de esas sonrisas que no eran fáciles de ver, y que no sacaba a relucir muy a menudo, pero que cuando hacía uso de ella dejaba a su paso una retahíla de corazones rotos.
Pensaba que “The Creedence” era el mejor grupo de todos los tiempos.
Llevaba siempre en el bolso un ejemplar de “El jardín extranjero”, y lo releía en todas las paradas de autobús en las que se sentaba.
Vivía ajena a las noticias del mundo, sin leer ni un solo periódico, ni ver un solo telediario, sabía que el mundo seguiría avanzando a pesar de ella.
Por ello, no era capaz de mantener una conversación “normal” como lo haría el resto del mundo, sin embargo, era capaz de recitarte “Las flores del mal”, de Baudelaire, mientras mordía la aceituna de un Martini.

Era, en resumen, una de esas mujeres que, cuando lo deseaban, conseguía que la vieses moverse a cámara lenta, haciéndote pensar que nunca conocerás a una mujer mejor que ella. No en vano, ese era su “don”.
Era lo que realmente la hacía especial.
Tenía el poder de ralentizar el tiempo a su antojo.
Es por eso por lo que le gustaban los días lluviosos. Le encantaba salir a la calle y ralentizar el tiempo, disfrutaba viendo como las perfectas gotas de agua iban cayendo a cámara lenta.
Le gustaba, también, ir a un pequeño descampado que había cerca de su piso y donde crecían pequeñas mariposas amarillas. Le encantaba correr mientras las mariposas batían sus pequeñas alas lentamente a su alrededor.
Ralentizaba el primer sorbo de café del día, disfrutaba de su aroma y de su sabor durante horas.
Ralentizaba los 5 minutos previos a que el despertador la levantase, por eso era la única que iba descansada y de buen humor todos los días a trabajar.
Ralentizaba los besos,
los orgasmos,
las puestas de sol.
Disfrutaba, en definitiva, de todos los pequeños regalos de la vida, de una manera y durante un tiempo que los demás no podríamos siquiera imaginar.

De esta manera, la primera vez que lo vio y sus miradas se cruzaron, lo que para el resto de mortales fueron solo unos segundos, para ella fueron días enteros perdiéndose en sus ojos. Debido a que su poder le permitía sentir las cosas de manera mucho más intensa que los demás, de que amaba con más fuerza y más lentamente que nadie, no es de extrañar, que cuando él la dejó, lo único que ella pudiese hacer es ver como
él
desaparecía
de
su
vida
a
cámara
lenta.

Peraltucho

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