lunes, 8 de junio de 2009

Heaven's Doors

Andaba tan rápido como podía, como si intentase dejar atrás todo lo ocurrido. Por mis mejillas bajaban lágrimas, en parte de rabia por lo ocurrido, en parte por el frio viento que golpeaba mi cara. No recuerdo exactamente porque empezó todo, sólo sé que discutimos, que nos gritamos, y que harto de aquello cogí mi cazadora y salí dando un portazo del piso. Me arrepentía profundamente de lo que había dicho, sabía que no tenía que haberle gritado. Podía parar de caminar, darme la vuelta y volver al piso, decirle que lo sentía, que la quería, que no volvería a pasar… pero lo cierto es que a cada metro que me alejaba sentía que mi culpa desparecía, que a cada paso que daba me encontraba un paso más lejos de mis problemas.

Volvió a sonar el móvil. Era la enésima vez que sonaba desde que había salido del piso. En un ataque de ira saqué el móvil del bolsillo y lo estrelle contra una pared. Cuando lo vi destrozado en el suelo me di cuenta de la estupidez que acaba de cometer. Seguí andando.

Era de noche. No sabía qué hora era. No suelo llevar reloj. Solía mirar la hora en el móvil. Buscaba un bar donde poder emborracharme hasta olvidar todo lo pasado. Recuerdo andar durante lo que a mí me parecieron horas. La ciudad no está hecha para olvidar problemas un martes por la noche.

A punto ya de darme por vencido vislumbré un cartel de luces de neón en el que se podía leer “Heaven’s Doors”. Me acerque con la intención de entrar. Al llegar al cartel me di cuenta de que para entrar había que bajar por unas escaleras que apestaban a orín desde lo alto. Sonreí al imaginarme al genio que había llamado “Las puertas del cielo” a un antro al que para entrar había que descender a lo que parecía las catatumbas del infierno. En vano mire a ambas partes de la calle con la esperanza de encontrar algún otro local abierto. Volví a mirar las sucias escaleras, y conteniendo el aliento me adentre en el Heaven’s Doors.

Empuje lentamente la puerta del bar, temiendo lo que había detrás. Sonaba música de jazz. Había poca luz. La barra quedaba a la derecha. A la izquierda había 3 mesas. Esperaba encontrarme el local vacio, pero sorprendentemente había más gente de la que me esperaba. Asustaba tal contraste con la ciudad fantasmal que acababa de dejar atrás. Me dirigí a la barra. El barman era un hombre realmente gordo, con una camiseta de tirantas blanca llena de lamparones, y una barba de 3 o 4 días. Le pedí una cerveza. Me miró fijamente, como si me despreciara, luego sin decir palabra se giró. Sacó un botellín de una nevera. La abrió. Limpió la boquilla con el extremo de su asquerosa camiseta. La puso en la barra dando un golpe y se quedó mirándome. Bebí la mitad de la cerveza en el primer sorbo. Necesitaba emborracharme. Necesitaba olvidar.

El gordo seguía mirándome, luchando por respirar. Parecía que le costase el hecho de tomar aire.
-¿A quién se le ocurrió el nombre del bar?
-A mí.
-¿Por qué se lo pusiste?
-Cuando salgas lo sabrás.
Terminé la cerveza en el segundo sorbo. Señalé al gordo el botellín vacio y fue a servirme otro.

En la barra había otros cinco tipos aparte de mí. Todos sobrepasaban los 40 años. Todos parecían unos borrachos. Ninguno hablaba solo miraban su copa y bebían en silencio. Observé las mesas. En una había un grupo de guiris. Parecía que estuvieran pasando la mejor noche de su vida. Gritaban, reían y bebían como si la vida se les fuese en ello. En otra había dos parejas de estudiantes. Parecían sacados de contexto. Cómo si hubiesen entrando en aquel bar esperando vivir una gran aventura. No se habían percatado de que aquel bar era para la gente a la que no le quedaba nada por vivir.

Sin embargo fue la tercera mesa la que resulto ser más interesante. En ella se sentaba una muchacha sola. Me sorprendió no haberme dado cuenta de su presencia nada más entrar. Tendría unos veintipocos años. Era morena. Con el pelo largo. Desprendía belleza y tristeza a partes iguales. Me miraba fijamente mientras fumaba un cigarrillo. Oí como el gordo dejaba con brusquedad el botellín de cerveza en la barra. Lo cogí sin ni siquiera mirarlo. No podía apartar la mirada de la morena. Tendríais que haberla visto por vosotros mismos porque todo lo que yo diga aquí no serían más que vacuas palabras. Ella se fumó el cigarro entero y yo me bebí mi cerveza entera mientras nos mirábamos desde nuestros respectivos sitios. Pedí otra cerveza y me levante decidido hacia su mesa.
-¿Puedo sentarme?
-Creí que nunca vendrías.
-Me gusta hacerme de rogar.
Sacó otro cigarro. Yo saqué mi mechero y le ofrecí fuego.
-Toma coge otro para ti.
-No gracias, no fumo.
-¿Por qué alguien q no fuma lleva un mechero?
-Lo uso para abrir las cervezas, y me sirve para quedar bien con la gente que sí fuma.
Le dio una calada mientras yo bebía de mi cerveza. Me fije en sus labios, los tenía pintados de un rojo carmesí que en contraste con su pálida piel harían enloquecer a cualquiera.
-¿Cómo te llamas?
Me miró fijamente, como si no entendiese la pregunta. Dio un par de caladas más a su cigarro y contestó:
-Esta noche no habrá nombres.
-¿No te fías de mi?
-No es por eso.
-¿Entonces?
-Míranos, nos encontramos en el bar más asqueroso de toda la ciudad un martes por la noche. Una vez que cruzamos la puerta de este antro nos convertimos en la escoria de la sociedad. En el momento que nos digamos los nombres ya no seremos desconocidos y no podremos hablarnos con la franqueza con la que hablan dos personas que saben que no van a volverse a ver en la vida. De haber querido hablar con alguien con nombre habrías ido a casa de un amigo, de alguien querido, pero esta noche venimos escondiéndonos de esa gente, venimos a ahogar penas, venimos a ser desconocidos.
Me quede pensando en lo que había dicho. Me quede pensando en lo triste y cierto que era lo que acaba de decirme. Y al no saber qué contestar simplemente me quede bebiendo en silencio hasta que ella habló:
-¿Qué piensas de la gente que dice que hay que arriesgarse en esta vida, de los que dicen que el no ya lo tienes?
La pregunta me dejo un poco descolocado, no me esperaba una pregunta de ese estilo. Y en otra situación quizás habría contestado otra cosa, habría suavizado mis palabras, pero como ella había dicho, éramos dos desconocidos siendo brutalmente honestos el uno con el otro, así que conteste lo que realmente pensaba.
-Creo que es gente que nunca ha sido rechazada o gente que sí lo ha sido pero quieren mostrar que no les importo, cuando en el fondo saben que es mentira. En el momento que te rechazan por primera vez te das cuenta de la gilipollez que es decir “el no ya lo tienes”. Hay mucho que perder. Si te dicen que no, la relación que mantenías con esa persona se ve totalmente alterada, evitas a esa persona por la vergüenza que supone abrir tu corazón a alguien esperando ser correspondido y ser rechazado. Además también se pierde confianza en uno mismo. Pasas unos días cabreado con la gente que tienes más cerca y que de verdad te quieren por sentirte una mierda y creer que no puedes conseguir lo que quieres.
Nos quedamos mirándonos otro largo rato sin decir nada. Pedimos otra ronda. Ella no paraba de fumar. Seguimos así durante horas, intercalando conversaciones con ratos de miradas silenciosas. Me encantaba como hablaba, no tenía miedo a decir lo que pensaba sin tapujos, sin miramientos.

De nuestra conversación pude deducir que a pesar de ser tan bella había sufrido muchísimo por culpa del amor. Estaba cabreada con el mundo y sus ojos me decían que su tristeza no era transitoria, que no había venido a este tugurio para olvidar las penas de un día. Mientras yo pensaba esto ella seguía hablando:
-¿No estás prestando atención a lo que te estoy contando verdad?
-Lo siento, a veces me pierdo en mis pensamientos.
-Nos parecemos más de lo que crees. Es una pena que nos hayamos tenido que conocer hoy. De habernos conocido en otro momento, en otro lugar, las cosas habrían sido totalmente diferentes entre nosotros.
-De habernos conocido en otro momento o en otro lugar, no habríamos tenido las agallas de tener una conversación tan sincera y profunda como está.
Sonrió tristemente. Se levantó. Dijo que iba al baño, que enseguida volvía. La mire mientras se levantaba. Iba moviendo el culo mientras se dirigía firmemente al servicio. Sabía que la estaba mirando. En ese momento me percate de que ya no quedaba nadie en el bar. Me preguntaba qué hora podía ser. Me maldije por ser tan estúpido y haber destrozado mi móvil. Me levante. Me maree un poco. Estaba borracho, había cumplido el objetivo que me había marcado cuando salí cabreado del piso. Aquello parecía tan lejano.

Vi el paquete de cigarros de la morena en la mesa. Cogí un cigarro y me lo puse en la oreja. Dejé el paquete donde estaba. Me dirigí a la barra, pague al barman todo lo que habíamos bebido. Le pedí un bolígrafo. A regañadientes me dio uno roñoso que llevaba colgado en un bolsillo de la camiseta. Cogí una servilleta y escribí: “Sin nombres, sin despedidas”. Lo doble por la mitad y lo dejé en lo alto de la barra. Le dije al gordo que se lo diera a la morena cuando saliese del baño y me encamine a la puerta. Mientras salía del bar oí como la puerta del servicio se abría. Me quede un segundo parado. En este momento muchos diréis: a la mierda, gírate, dile tu nombre, dile que ha sido la mejor noche de tu vida, dile que no habías conectado con alguien así en tu vida, se brutalmente honesto con ella. Pero lo que hice fue que seguí adelante. Que no volví a saber más de ella. Que nunca averigüé su nombre. Y no podréis decirme nada, porque si habéis llegado a leer hasta aquí es porque vosotros, en algún momento de vuestra vida, también habéis sido cobardes por amor.

Salí del bar. Me paré ante las escaleras. Cogí el cigarro de mi oreja. Lo encendí. Le di una calada profunda. Expulse el humo lentamente, sin prisas. En ese momento amanecía. Los primeros rayos del sol se filtraban entre el humo de mi cigarro mientras yo subía las escaleras. Parecía que estuviese subiendo a las mismísimas puertas del cielo.

Peraltucho

4 comentarios:

  1. me gusta!! eres bueno!! peralta!!

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  2. muy bueno tiooo se te da muy bien escribir!!! ;)

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  3. guapisimo tio! me ha encantado. Quiero perderme entre palabras en un antro, que la franqueza me golpee y perder la mirada en los ojos de una morena.

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