Nunca encontró el amor en su familia, sus padres se separaron
siendo él un chiquillo, negándole el modelo de amor y pareja "normal"
que tanto anhelaba.
Se había criado con el único referente emocional que le
proporcionaban las películas americanas, con los amores en 8mm, con los finales
felices en blanco y negro…
Nadie se atrevió a decirle que el amor nunca aparece al
final de la barra de un sucio tugurio.
Por eso, pasaba las
noches bebiendo whisky con hielo, esperando que al levantar la mirada
apareciese aquella mujer fatal, con esa belleza tan perfecta y tan artificial
que hace presagiar a quien la mira, que aquella criatura solo puede terminar
sus días de forma trágica.
Se la imaginaba, además, con un ducados en la mano, mirando
con aires de superioridad a todos los que la rodeaban, como si estuviese claro
para cualquiera con dos dedos de frente, que ella era demasiado especial para
tener que encender sus propios cigarros, y que era necesidad imperiosa que
algún mortal se acercase a ella para encendérselo.
Cumplía de manera enfermiza todos los clichés, movimientos,
poses y miradas que había memorizado tras el visionado de todas las historias
que el celuloide le proporcionaba.
Se imaginaba sonriendo, con el corazón en la mano, en un mar
de flores amarillas, declarándose a su amada.
Se imaginaba tirando piedras a una casa blanca al este del
Edén.
Se imaginaba el 16 de
diciembre, en Viena, esperando en el andén de la estación a que su amor llegase
en tren desde París.
Se imaginaba en una fiesta, disfrazado de Nietzsche,
conquistando el corazón de una preciosa rubia que no puede hablar.
Se imagina compadeciéndose de sí mismo frente al espejo del
baño de aquel bar, y con su reflejo, indignado, gritándole la cruel realidad a
la cara.
Se imagina viviendo su vida hacia atrás, teniendo polaroids
en lugar de recuerdos.
Imaginaba todo aquello en el tiempo que duraba un whisky.
Y cuando lo terminaba no había fundido a negro.
No había títulos de créditos.
No había agradecimientos.
La gente no aplaudía al terminar.
Nadie recordaba, si quiera, su presencia en aquel bar.
Y aun así, no podía evitar naufragar en aquel mar de alcohol,
imaginándose, noche tras noche, lo que pudo pasar, pero que al final, no
sucedió.
Peraltucho
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