domingo, 3 de noviembre de 2013

El pájaro que da cuerda al mundo

Inspirado por el libro de mismo nombre escrito por Haruki Murakami.


Los domingos no fueron siempre así de tristes. Hubo una época en la que los domingos eran mi día favorito de la semana. En ese momento salía con ella. Es por ella por lo que amaba los domingos. Es por ella por lo que, ahora, los domingos no me doy cuerda.

Vivía en un pequeño apartamento. No era gran cosa, pero en su cuarto tenía un balcón que daba a un parque. Todos los domingos sacábamos un par de sillas a ese balcón. Apoyábamos nuestras piernas en lo alto de la barandilla. Dejábamos que el sol nos bañase amablemente. Yo cogía algún libro al azar de su biblioteca y pasaba toda la mañana leyéndole. No creo haber sido más feliz que en aquel balcón.

En aquel parque vivía un pájaro. Un pájaro al que nunca habíamos conseguido ver, pero al que escuchábamos todos los domingos. Hacía un sonido muy peculiar, algo como “cric-cric”, como el sonido que se hace al darle cuerda a un reloj. Nos gustaba aquel sonido. Un día ella me  preguntó:
         ¿Cómo crees que será ese pájaro?
Yo la miré sonriendo y le contesté:
          No haces las preguntas adecuadas.
         ¿Cuál es la pregunta adecuada?
         ¿Por qué hace ese ruido?
Ella se rió, y haciendo un gran gesto de resignación me preguntó:
         Está bien, ¿Por qué hace ese ruido?
         Hace ese ruido porque es el encargado de dar cuerda a nuestro mundo. Cada domingo tiene la misión de venir a este parque, y mientras nos observa se dedica a dar cuerda a nuestro mundo para que podamos llegar a este mismo balcón domingo tras domingo.
Ella se quedó pensativa, mirando al parque, escuchando atentamente aquel sonido.
         El pájaro que da cuerda al mundo. Susurró. Me gusta ese nombre.

A partir de entonces siempre lo llamábamos así. Algún domingo incluso bajamos al parque para intentar encontrarlo, pero nunca lo vimos. Nos gustaba aquel sonido. Escuchar a aquel pájaro significaba que estaríamos allí, al menos, un domingo más. Que alguien cuidaba de nosotros. Que alguien se preocupaba de que la felicidad habitase aquel balcón todos los domingos.

Por eso, el último domingo que estuve en aquel balcón, debí haberme preocupado al no escuchar a aquel maldito pájaro…


Peraltucho

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