(Basado en el poema del mismo nombre de Charles Bukowski)
La cabeza me daba vueltas. Los incesantes golpes y voces que propinaba mi casero no ayudan para nada. Me levante de la cama. Había botellas vacías por todo el suelo de la habitación. Corrí el pestillo y abrí la puerta. El casero se coló rápidamente en mi habitación. No hacía más que pegarme voces.
-¿Cuándo cojones piensas pagarme la habitación? Llevas ya 3 semanas de retraso.
-Todavía estoy buscando trabajo, no es tan fácil encontrarlo como pensaba.
-¡Mira a tu alrededor borracho, con lo que te has gastado en alcohol podías haberme pagado la mitad de lo que me debes!
Cogí mi chaqueta sin apenas mirar al casero y me dispuse a salir.
-¿Dónde crees que vas gilipoyas?
.Voy a buscarme otra pensión, una en la que me dejen dormir las mañanas de resaca, puedes quedarte con lo que encuentres en mi habitación.
-¡Aquí solo hay mierda!
-Lo sé.
Salí a la calle en busca de un trago que me ayudase a olvidar el incidente con mi casero. Me dirigí a un tugurio en las afueras. El camarero me conocía y si lo pillaba de buen humor puede que incluso me fiara lo que bebiese. De camino paré en una pensión. Convencí a la dueña de que me dejase estar una semana sin pagar mientras buscaba trabajo. Cuando llegue al bar el camarero no pudo evitar ocultar una sonrisa de comadreja.
-Me alegro de verte, ¿qué quieres beber? Invita la casa.
-Un whisky doble.
Me lo sirvió al momento. Disfrute del whisky mientras el camarero seguía sonriendo y observaba como bebía.
-La verdad es que necesitaba a alguien como tú. Necesito un boxeador para esta noche. Lo único que tienes que hacer es caerte en el tercer asalto.
Lo mire seriamente. Le pegue otro trago al whisky. Ya no sabía igual de bien que el primer sorbo.
-Por supuesto te pagaré.
-Guárdate el dinero. Me invitarás a todo lo que beba hasta la hora de la pelea.
-Trato hecho. Pero recuerda que tienes q caer en el tercer asalto.
-¿Quién va a tener el gusto de macharme?
-Yo.
Seguí bebiendo toda la tarde. Cuando anocheció el camarero me llevo hasta la trastienda. Me dio unos pantalones cortos y vendas para liarme los puños. Los combates se hacían en el callejón de detrás del bar. No se usaban guantes. Se peleaba hasta que uno de los dos terminaba en el suelo sin poder levantarse. Todo el mundo sabía que los combates se amañaban, pero eso no impedía que los borrachos que buscaban evadirse de la realidad disfrutaran de dos tipos partiéndose la cara. Me desnudé, doblé mi ropa con cuidado, vendé mis manos y esperé en silencio a que el camarero me diese la señal para salir al callejón a pelear.
Cuando escuché la señal salí al callejón. Esa noche había mucha más gente de lo normal. La mayoría me abucheaba. Algunos incluso me escupieron. Me daba igual. Me puse frente a frente con mi adversario. Nos miramos fijamente. La gente gritaba a nuestro alrededor. Estaban borrachos y sedientos de sangre. Sin previo aviso el camarero me lanzo un directo a la mandíbula. A partir de ahí solo recuerdo recibir puñetazos. Los recibía por todas partes. Tampoco intentaba esquivarlos. Sabía que el dolor no iba a durar mucho. Así que allí estaba, parado con los puños levantados, y recibiendo puñetazos de mi adversario a diestro y siniestro.
En uno de esos ganchos caí. Mi cabeza impactó contra el suelo. A duras penas me levanté. Miraba en el suelo la mancha de sangre que había dejado. La notaba resbalar por mi cuello manchando mi única camiseta de rojo. Escupí sangre a un lado. Levante la cabeza y miré fijamente a mi oponente.
-¿Qué coño pasa?, no deberías haberte levantado, ¿intentas joderme?
Siguió despotricando contra mí. Hasta que de buenas a primeras cerró la boca. Vio en mi mirada que algo había cambiado, y yo pude ver en la suya miedo. Sonreí.
-Oye, teníamos un trato….
No lo dejé hablar más. Empecé a golpearle la cara. El pobre intentaba defenderse pero era inútil. A cada golpe que daba me sentía mejor, me sentía más fuerte. Tenía una razón para cada puñetazo. Esté porque la vida me ha tratado como una mierda. Esté por vivir en un país de mierda. Este por mi casero de mierda. Este por ser un borracho de mierda. Seguí golpeando hasta que ya no me quedaba ninguna razón. Y después seguí golpeando un poco más.
Cuando por fin paré me di cuenta de que el público había ensordecido. Todos me miraban fijamente con la boca abierta. Miré a mi oponente. No se movía. Su rostro apenas se distinguía. Era una masa deforme. Me dirigí a la trastienda. Los mismos que antes me abucheaban y escupían ahora se apartaban de mi camino. Cogí mi ropa doblada y desaparecí de allí. Mientras me alejaba podía escuchar las voces pidiendo una ambulancia.
El viaje hasta mi pensión se me antojó larguísimo. La gente al verme cubierto de sangre y apestando alcohol se apartaba de mi camino. Llegué a mi habitación. Me senté en una silla y me quité lentamente las vendas ensangrentadas de mis manos. Las tiré al suelo. Cogí papel y bolígrafo y escribí mi primer poema. Desde aquel día no he parado de luchar.
Peraltucho.