lunes, 24 de agosto de 2009

Tiempo para mi

Después de invertir gran parte del verano en contentar mis insanos vicios en fiestas, playas y tabernas me di cuenta de que era hora de intentar de salvar un poco la conciencia y estudiar un poco para poder quitarme alguna de las muchas asignaturas que tenia para septiembre. Una vez me entendí que en Lebrija poco iba a estudiar decidí venirme a Sevilla, donde empecé fuerte estudiando y aprovechando el tiempo.

Desgraciadamente mi ritmo de estudio ha decaído bastante, en gran medida debido a las "malas" compañías que frecuento por la facultad. Debido a que he pasado un par de días algo raros en cuanto a mi estado anímico se refiere, decidí tomarme un tiempo para mi mismo abriéndome una cervecita fría y tomándomela tranquilamente en el sofá de mi piso escuchando algo de música. El caso es que perdiéndome un poco en mis pensamientos me sorprendí a mi mismo tarareando la canción de Sabina ¿Quién me ha robado el mes de abril? que sonaba en ese momento.

El caso es que me pareció una imagen un poco triste... un chaval en Sevilla, sólo, bebiendo cerveza, cantando una canción melancólica por la noche... En ese momento me termine la cerveza de un trago y decidí que tenía que hacer cualquier otra cosa, así que me puse a escribir, pero no encontraba nada profundo que decir, quería contar algo interesante, quería conmover a quien leyese esto, quería dar algún sabio consejo, pero me temo que no sirvo para eso... Que puta que es la vida!, más de 3000 canciones puestas en aleatorias y acaba de saltar a la de "Nacidos para perder" y no puedo parar de cantarla.... creo q voy a por otra cerveza...

Peraltucho

lunes, 10 de agosto de 2009

Ajuste de cuentas

La música era embriagadora. Apenas recordaba cómo había llegado allí. Recordaba que la noche era fría y silenciosa. Recordaba estar buscando en un cubo de basura algo que echarse a la boca. Llevaba días sin comer algo en condiciones. Recordaba escuchar de pronto una melodía que le arrastró por las sucias calles en busca de su procedencia. No sabía cuánto tiempo había estado andando. Ni que camino siguió hasta plantarse en la puerta del parque.

Un cartel grande y de llamativos colores indicaba que esa misma noche se celebraba un concierto de música clásica al aire libre. Se recomendaba asistir con las mejores galas posibles. Ni siquiera leyó el cartel. Siguió adelante en busca del origen de la música. Subió a lo más alto del parque y desde allí pudo contemplar cómo la banda deslumbraba a todos los presentes. Las familias se habían sentando en unas mesas especialmente dispuestas para la ocasión en el costado de la colina. Mientras que abajo del todo la orquesta tocaba una dulce melodía que dejaba sin palabras a cualquiera que tuviera la fortuna de escucharla.

Lentamente bajó por la colina. Los asistentes se apartaban a su paso. Llevaba semanas sin ducharse. No recordaba la última vez que lavó su mugrienta vestidura. Cuando creyó estar bien situado simplemente paró de andar. Se quedo allí de pie. Cerró los ojos y se dejo arrastrar por la música.

A su alrededor se escuchaban murmullos de desaprobación. Muchos se apartaron de su lado y se fueron con sus trajes caros y sus copas de vino a otro lado. Al cabo de unos minutos un circulo se había creado a su alrededor. Pero él no estaba en el parque en ese momento. Estaba a kilómetros de allí. La música le hizo recordar otro tiempo, otro lugar. Dónde era feliz. Dónde tenía una familia. Recordó cuando era respetado por sus congéneres. Recordó cuando se tumbaba los domingos en el porche de su casa y tomaba una cerveza con su mujer mientras los niños correteaban. Recordó cuando llegaba cansado del trabajo y hacia el amor con su mujer mientras música clásica sonaba de fondo.

En ese momento empezó a llover. El agua fría lo sacó de su letargo y abrió los ojos. Pudo ver como los asistentes corrían buscando un lugar donde cobijarse. Poco a poco se fueron yendo hasta que sólo quedo él. De pie. Bajo la lluvia. Escuchando la música.

Los músicos, al ver que su público se había marchado se fueron retirando también. Uno por uno fueron recogieron sus instrumentos y se largaron. Todos salvo una violinista que siguió tocando. Mientras ella tocaba él cerró de nuevo los ojos. Y volvió a sus recuerdos, a sus tiempos mejores, a ser verdaderamente él y no el despojo humano en el que se había convertido.

Cuando la violinista terminó él abrió los ojos. Ella le sonrió. Hizo una reverencia y se marchó. Él se quedó quieto bajo la lluvia. El agua había calado su abrigo. Alzo la cabeza y contempló las nubes. Quiso gritar. Quiso decirle al cielo que estaba harto de aguantar. Que estaba arto de tragar mierda. Que estaba arto de pasar frio. Que estaba harto de este mundo. Que ya no encontraba una razón para seguir adelante. Lentamente sacó una pistola del interior de su gabardina. Su mano temblaba. Abrió la boca y se metió el cañón del arma. Cerró los ojos fuertemente mientras las lágrimas que brotaban de ellos se confundían con las gotas de lluvia que golpeaban en su cara.

Al día siguiente, en la terminal del aeropuerto la orquesta esperaba su vuelo. La violinista risueña se dirigió a comprar el periódico. Se sentó en un banco y empezó a ojearlo. Buscaba las críticas del concierto, aunque no tenía grandes expectativas al respecto debido a que la lluvia arruinó la mayor parte. Pasaba las páginas en busca de la crítica cuando de repente no pudo contener un grito. Había topado con la sección de sucesos. El titular de la noticia decía: “Hallado cadáver en un Parque. Posible ajuste de cuentas”. Junto al extenso texto que desarrollaba la noticia se podía ver la foto de un vagabundo muerto. Nunca más volvió a tocar el violín.

Peraltucho