Sé que la vida no transcurre como una espera que fuese, pero uno espera que siga cierto sentido, que siga cierto cauce. No creo que nadie se esperase nunca estar en una situación parecida a la que yo me encuentro, no creo que nadie esperase nunca estar de pie en la cocina, sujetando un cuchillo en la mano mientras la persona a la que amas agonizada en un charco de sangre. Pero me estoy adelantando, la historia no comienza ni en mi cocina, ni en este momento, nuestra historia comienza hace un par de meses antes, en un bar llamado Heaven’s Doors.
Supongo que si digo que esta historia es una historia de chico conoce a chica la mayoría pensaría en cenas románticas, en largos paseos por verdes parques, en noches de amor a la luz de la luna. Pero nuestra historia no es así, en nuestra historia el chico y la chica se conocen de verdad, se conocen más allá de nombres, más allá de historias de amor imposibles, más allá de historias de superación personal, más allá de finales made in Hollywood… De hecho, si la chica de nuestra historia hubiese dejado estar las cosas tal y como las dejó el chico, ahora mismo estaría disfrutando de la vida en algún otro lugar, con una servilleta en el bolso donde pondría “Sin nombres, sin despedidas” y que le recordaría que hay historias de amor a las que es mejor no sucumbir, que hay barreras que es mejor no cruzar… Pero en lugar de eso, la chica corrió detrás del chico…
Un mes después de este acontecimiento ambos nos fuimos a vivir juntos. El día que nos mudamos decidimos colgar aquella servilleta en la pared, con el fin de que algún día pudiésemos contar a nuestros hijos y a nuestros nietos la más bella historia de amor jamás vivida por nadie. Los días transcurren entre risas y besos. Las noches entre sabanas sudorosas a la luz de las estrellas. Cada día que pasamos juntos es mejor que el anterior. Lo que nos lleva al momento previo del que os hablaba al principio.
Ella prepara la cena, era la noche en la que cumplíamos nuestro primer mes de convivencia. Reíamos mientras yo descorchaba una botella de vino recordando nuestro primer encuentro. Decidimos que lo más lógico sería ir a tomar unas copas en aquel bar después de la cena. Yo le propongo hacerlo todos los meses, y con el tiempo convencer al antipático barman para que nos dejara colgar nuestra servilleta en la pared. Ella sonríe, me dice que me quiere y se gira para seguir preparando la comida. Yo cojo un cuchillo, la agarro por detrás y le rebano el cuello.
Para entender lo que sucedió en este momento me temo que tendremos que conocer un poco de mi pasado. Cometí el error de crecer pensando que me esperaba algo maravilloso en la vida, viendo películas que me hacían soñar con que encontraría a una muchacha maravillosa que me haría el hombre más feliz del mundo, que me ayudaría a superar cualquier obstáculo, y que viviríamos por siempre felices. A mis 14 años cuando mi primera “novia” me dejó mediante una nota en mitad de la clase de historia para poder salir con “otro chico más guay” me di cuenta de que el amor no era como yo pensaba. El divorcio de mis padres al año siguiente no ayudo recobrar mi fe en el amor. A partir de ese momento decidí que quizás el amor no fuese algo fácil, no fuese un regalo, si no que era algo por lo que uno tenía que luchar, y que había que ganarse con sudor, sangre y lágrimas. En los años siguientes conocí a muchas más mujeres, pero con ninguna termine bien. Seguí intentándolo, no me daba por vencido, pensaba que con cada fracaso aprendía algo nuevo que me haría ser mejor en la siguiente relación. Pero una mala noche, en el peor antro que puedas imaginar, encontré a la mujer más maravillosa del mundo. Y por primera vez en mi vida, las cosas parecían ir viento en popa.
Entonces, si las cosas iban tan bien ¿por qué matarla? ¿Por qué acabar con algo tan bello? ¿Por qué dejar de ser feliz? Bueno, las cosas no son siempre tan fáciles como aparentan. Es cierto que en este momento de mi vida no puedo creerme la suerte que tengo, no estoy acostumbrado a que las cosas me salgan bien, y la sensación que tengo es embriagadora. Jamás había estado tan enamorado, jamás había querido tanto a nadie como quería aquella muchacha. Por eso, en el momento que ella me sonrió y me dijo “Te quiero” supe que nunca más la amaría como en ese momento. Mi experiencia me decía que a partir de aquel instante la relación solo podría ir a peor, y que en algún momento encontraría el escollo en el camino que me haría tropezar y terminaría rompiendo mi ya maltrecho corazón. Así que en ese preciso instante tuve una revelación. Me di cuenta de que si ella moría en ese momento el amor que teníamos sería eterno. No sufriría el desgaste del día a día, no caería en la rutina, no habría agentes externos que lo deteriorase, sería un amor perfecto, sería un amor puro, sería un amor eterno… Por eso, en su momento no me tembló el pulso al coger el cuchillo. Por eso me fui de la cocina sin ver su cadáver, no quería que el lamentable estado en el que se encontraba enturbiase el recuerdo de su última sonrisa. Por eso, a día de hoy, la sigo amando como aquel precioso día…
Peraltucho